Sin algo de sal, el mejor de los platos resulta insípido o poco apetitoso. Por razones históricas, todo lo que en España se condimenta memorialísticamente sin fuertes aditamentos o sabores políticos suele carecer de atractivo para el gran público y aun para los lectores ilustrados. El más noble de los quehaceres y la más culturalmente trivial de las funciones, es decir, el ejercicio de la política en sus diversas escalas, se erige así en reclamo insoslayable para asegurar, de sólito, el éxito y la audiencia masiva de los libros de recuerdos aparecidos en la actualidad de nuestro país. En general, se demandan obras que relaten, con estilo más depurado e información más acribiosa, sucesos descritos en el ayer más reciente por periodistas y articulistas de eco poderoso en los medios. Los textos referidos no siempre satisfacen tales expectativas, acrecentando la solicitud de nuevos productos que rellenen al ser posible dicho vacío. Probablemente, esas decepciones puedan en el futuro superarse con la lectura de libros ahora en fárfara o a la espera de recibir el placet familiar o editorial para entrar en la rampa de lanzamiento comercial. (El articulista conoce de modo fidedigno que en esa situación se hallan tres obras salidas de la pluma de dos ministros de la aurora democrática y de otro del ocaso franquista, todos ellos con fuerte carga polémica...)

Mas, por descontado, hay otros muchos espacios en los que la res publica tiene menos protagonismo y no por ello los libros inéditos que los ocupan carecen de valor para el futuro del país y de la propia literatura memoriográfica. Ambientes más recatados que los de la actividad política, como los académicos, eclesiásticos, bancarios, castrenses o los palaciegos en su presencia de los últimos decenios ensancharán su conocimiento por parte de la opinión el día en que se disponga de testimonios de primer plano que hoy se ponen a punto por algunos de sus miembros más destacados, según noticias que se susurran a las veces en dichos círculos. A tal propósito, durante algún tiempo, circuló muy insistentemente por los círculos "bien informados" de la Villa y Corte la especie de un diario inédito --y explosivo-- del conde de Lagares. La rotundidad con la que fuera desmentida no invitaba, desde luego, a desecharla por entero, tanto más dadas las características de la personalidad citada. Pero al margen de ello, no sentará plaza de arriesgado quien conjeture, con mayor o menor número de pruebas, que, a la fecha, se estarán redactando obras, o lo estarán ya, en que algunos de nuestros coetáneos más influyentes entre bastidores de la vida española de la última época se dibujen con propiedad, sine ira et studio , con trazos bien diferentes a los que por hoy son conocidos. A la luz, en ciertos casos, del rigor más envidiable e irreprochable pulcritud ética, parte de la elite más encumbrada en todas las profesiones antecitadas, sonreída y envuelta en el pasado inmediato y en el tiempo presente por el aura del poder, quedará quizá pintada con realismo velazqueño, para descrédito de su memoria y provechoso adoctrinamiento de las generaciones futuras.

Lástima, por supuesto, que haya que esperar al paso de los días para penetrar en las claves de la gran tramoya de las sucesivas "actualidades" que configuran la historia. Pese a ello, resulta sorprendente que en una edad en que se franquean todas las fronteras y se borran todos los límites, las gentes que, desde los visigodos, dirigen la andadura nacional hayan logrado, en muchos estratos, tapar --con la entusiasta colaboración de muchos en forma de inhibición, apatía, frivolidad o miedo-- a la mirada ajena sus miserias y manquedades. En las últimas semanas, voces crecientes aducen que la solución de tan grave tara se halla en la profundización de la democracia. A falta de otra fórmula más directa y pronta, la apuesta tal vez se demuestre acertada en un porvenir por desgracia inconcreto.

*Catedrático