Certifican los biógrafos que Winston Churchill pasó las Navidades de 1941 en la Casa Blanca. Una tarde, se encontraba desnudo en compañía de su secretario personal --le gustaba dictar notas a la hora del baño-- cuando alguien llamó a la puerta de la alcoba. Roosevelt, en la silla de ruedas, puso cara de "tierra, trágame" al comprobar que el ilustre huésped acudía a abrirle con las vergüenzas al aire, si bien éste supo reaccionar con soltura: "Oh, no, no, no, señor presidente. Como puede comprobar, no tengo nada que ocultarle". Fuera por su inteligencia corrosiva o por el desapego británico, el premier del habano en ristre atesoró un filón de anécdotas y agudas citas que bien merecerían una recopilación a modo de manual de supervivencia para adentrarse en los pantanos de la política internacional. Se atribuye a Churchill una frase que parece amasada expresamente para definir lo que está sucediendo en torno a Libia: "Solo hay una cosa peor que luchar con aliados, y es luchar sin ellos". La patata libia achicharra las manos de EEUU, que pretende transferir cuanto antes --"en días, no en semanas"-- el mando de la operación militar. Las razones se perfilan diáfanas: bastante tiene Washington con el avispero que aún zumba en Irak, cuando, además, sus intereses en la zona no son vitales: Trípoli solo supone el 2% del petróleo mundial. Mientras, las discrepancias en Europa se asemejan a las de una reunión de escalera en la que cada vecino se limita a perorar sobre su propia gotera. Hacerse mayor, lo sabemos, equivale al lento aprendizaje de la decepción. Madurar implica tomar decisiones dolorosas y renuncias. Mojarse, en definitiva. Si la vieja Europa aspira a un mínimo de credibilidad, debe olvidarse de que le saquen las castañas del fuego. El salvoconducto de la guerra fría, que la eximió de responsabilidades durante medio siglo, ya es historia.

*Periodista