Recuerdo cuando me asomé por primera vez al Guadalquivir, desde la ventanilla de aquella "catalana" con gasógeno. Era inmenso en comparación con su afluente el Guadajoz, donde me bañaba con la música de fondo de una noria quejumbrosa cerca de Albendín. En la escuela recitábamos con un tonillo cantarín, "nace en la Sierra de Cazorla-" Allí rememoré este verano lo que afirmaba el maestro, uno de los principales ríos de España. Y yo añadía, lo que es de España es de los españoles. El Guadalquivir es de los que lo contemplan, de los que riegan con su agua, de los que lo navegan, de los que pescan, de los que se bañan; es de todo el que lo mira con sensibilidad, tan diferente al que lo ve con miras burocráticas. Pienso que el Guadalquivir es muy mío cuando lo contemplo extasiado y veo cómo la corriente de agua se lleva mis pensamientos. Es propiedad de muchos poetas. De Lorca: "El río Guadalquivir/ va entre naranjos y olivos...". De Romero y Murube: "Por el río de nácar. / Entre olivar y viñas.". De Adriano del Valle: "Córdoba, platera / viene acuñando en tu río / con plata antigua de luna, / maravedíes antiguos. / ". Y es muy de nuestra Córdoba que, según Carlos Clementson, está "varada en tierra adentro junto a un río de sueño/ vetusto y oliváceo". Lo dijo Góngora, "rey de los otros, río caudaloso". Años más tarde descubrí el Támesis y lo hice también mío al mirarlo mientras oía las campanadas del Big Ben. Lo mismo me ocurrió navegando por el Rin y el Danubio. Lo dijo Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos...".

*Periodista