Como cabía esperar, la alarma nuclear desencadenada por el terremoto de Japón ha llegado a Europa, con una opinión pública dividida y desconfiada. De pronto, la crisis de Japón parece haber borrado de un plumazo los argumentos que, poco a poco, han ido calando en los últimos años en la sociedad europea. Prueba de ello es que los ministros de Medio Ambiente de los Veintisiete se han apresurado a aceptar la propuesta austriaca de someter todos los reactores a una prueba de resistencia, y el Gobierno alemán ha optado por aplicar una moratoria de tres meses a la ley que autoriza prolongar entre 12 y 14 años la vida de 17 reactores. Medidas todas ellas encaminadas a serenar los ánimos de la ciudadanía, si ello es posible, y garantizar estándares de seguridad que se atengan a lo dispuesto por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Las palabras de ayer del comisario europeo de Energía, Günther Ottinger, son elocuentes: "Lo ocurrido en Japón ha cambiado el mundo, al menos en lo referente a lo que una sociedad industrial considera seguro y manejable".

EL CASO DE ESPAÑA Aunque la ministra de Medio Ambiente, Rosa Aguilar, estime que no sería "responsable ni oportuno" crear alarmas sobre la utilización de la energía nuclear, las alarmas están ahí, y no carecen de justificación. En el caso de España, dos de sus centrales nucleares --Garoña (Burgos), cuya vida se ha prolongado hasta el año 2013, y Cofrentes-1 (Valencia)-- tienen idéntico diseño y tecnología que la de Fukushima, aunque es verdad que aquí, como en toda Europa, es muy difícil que se produzcan terremotos de la intensidad del japonés. El Gobierno ha de decidir próximamente, además, dónde instala el llamado cementerio nuclear de alta actividad, cuya vecindad tiene tantos pretendientes como enemigos. Es decir, la sociedad española tiene motivos suficientes para reclamar que se abra el debate una vez más y se pongan sobre la mesa los pros y las contras de esta energía.

COMPORTAMIENTO ALECCIONADOR En este sentido, el comportamiento de la cancillera Angela Merkel resulta aleccionador porque compromete uno de sus empeños electorales más discutidos. Es cierto que el peso de las organizaciones ecologistas alemanas es muy superior al de las españolas, pero no puede olvidarse que la cuarta parte de la electricidad alemana se produce en centrales nucleares y el país vive un proceso acelerado de recuperación económica. Sería bueno que otros socios de la UE como Francia --el 75% de su electricidad tiene origen nuclear-- tomaran nota. Porque lo que finalmente ha de importar a gobiernos y empresas generadoras es dar garantías a los ciudadanos. Sabido es que la seguridad absoluta no existe, pero la tranquilidad razonable, sí.