En el tiempo español que ha venido desde la posguerra civil hasta hoy mismo se ha seguido un lento, inexorable, positivo proceso en el que el respeto humano que estaba en el cenit ha descendido al sótano, lo que es una buena noticia, que sería magnífica si no se ciñera solo a hábitos y costumbres superficiales.

Antes de seguir adelante y que se caliente la alarma de algún lector con prisa, recuerdo lo que es respeto humano. Se dice que una persona obra por respeto humano cuando hace o deja de hacer algo no por razones objetivas, sino principalmente por la opinión de los demás, por lo que familiarmente se llama el qué dirán.

Puede advertirse con facilidad que se ha perdido mucho respeto humano en cuanto a la apariencia, con las vestimentas, y con los comportamientos deportivos. Hace solo veinte o treinta años un maduro profesional de relieve no se habría dejado ver en público y por la calle con chándal o montando en bicicleta. Mejor dicho: no habría podido dejarse ver de tal talante sin suicidarse ante la clientela, entre la que habría empezado a correr la especie de que estaba loco y no era de fiar. Habría sido tomado por un ser estrambótico. Personalmente recuerdo que cuando el buen notario y mejor mercantilista Manuel de la Cámara, joven entonces, tuvo su notaría y vivienda frente a la mía fue sorprendido una tarde saliendo a la calle vistiendo un jersey y con una raqueta de tenis bajo el brazo. Aquel acto insólito (el primero de los notarios de Córdoba, don Vicente Florez de Quiñones, llevaba corbata hasta en verano, aunque fuera de pajarita) fue muy comentado, y yo creo que si Cámara se atrevió a realizarlo fue porque ya estaba preparando las oposiciones a Madrid y Córdoba empezaba a importarle un bledo.

Cuando ahora asisto a funciones de zarzuela u ópera y veo moverse y cantar como comparsa del coro a un prestigioso abogado, con todo el pelo blanco, pienso que, si su padre hubiera hecho lo mismo cincuenta años antes, habría tenido que pedir el reingreso en la fiscalía porque sus mejores clientes, los de buen pago, le habrían vuelto la espalda irremisiblemente. No hace tantos años que otro buen abogado, que lo era del Estado, José Montoto, al que la sociedad le había perdonado a regañadientes que escribiera y estrenara obras de teatro, no le perdonó que se declarara anticuario y empezara a ejercer de tal.

Hemos pasado de las vestimentas a los comportamientos, y hemos constatado que en lo tocante a casi todas las vestimentas y a algunos comportamientos el respeto humano por fortuna se ha sido al garete. Puedo vestir como me dé la gana, siempre que no lo haga de forma inadecuada por sistema, y hacer lo que me apetezca en el escenario de lo no trascendente: montar a caballo o en bicicleta, salir por la mañana con una bolsa de deporte camino del gimnasio, pasear hacia casa dos del supermercado, aunque se vislumbren en una de ellas rollos de papel higiénico, pelarme a rape-

Pero en el escenario de lo trascendente nos queda aún mucho camino por recorrer. Casi nadie desnuda sus creencias o falta de ellas en materia religiosa, y casi todos las visten a la moda en lo político --que eso es lo políticamente correcto--. He aquí algunos consejos del abuelito: donde fueres haz lo que vieres; no digas ni mu aunque veas los burros volar; el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija; no olvides que eres esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios- Muchos, nietos o no, los siguen escrupulosamente.

No quiere decirse que podamos llegar alguna vez al reino de la sinceridad, porque en la vida de los seres humanos siempre habrá una cierta hipocresía y malos olores. Lo que se quiere decir es que debemos proseguir los avances en derrota del respeto humano, y llevarlos a áreas más importantes. Y al mismo tiempo, y no es juego de palabras, aumentar el respeto a los humanos, a su libertad, a sus ideas, a su comportamiento, empezando en nuestro entorno, donde nadie se deja engañar con buenas proclamas.

* Abogado y escritor