Mira que llovieran billetes con la imagen de George Washington tras su coral interpretación por el gorgojeo de décadas anteriores, cuando como modelo importado desde el imperio algunas rapaces bien ágiles emigraran hasta Dublín y Suramérica, o incluso a algún que otro lugar, según nos lo recordara el ignaciano alemán Stefan Dartmann, como en Chile, Alemania o bien España, donde se resuelven las cosas de otra manera y siempre con singular determinación, mientras los pillos de variado plumaje revolotean por doquier al tiempo que conmueven aún por su execrable comportamiento admitido, tan digno de estudio en tierras de María Santísima para aves carroñeras adultas como el que Lorenz hiciera en su día de patos y gansos. Y tanto se aprecia como en otros comportamientos bien distintos, observados en Complutum o entre la belleza del Mar Nuestro, en el Betis del Santo Reino o por su cauce más bajo del río y ante La Rocina, donde la Paloma blanca resplandece entre marismas ante avifaunas de alto pescuezo que hasta allí vuelan por Pentecostés; pero aún les importa menos, puesto que ni por los cristales de sal seca dejan de aletear como jóvenes pichones por tan preciado río del aceite, al tiempo que dan rienda suelta a sus coyunturales correrías de apareamiento nupcial, como si de garzas reales se tratara cuando por el ribazo patrullan en búsqueda de su alimento más preciado, a plena luz del día o de la noche. Es lo que arteros ornitólogos me enumeran, quienes desde antaño las observan mientras a caballo andan ellos mismos entre ésta y aquellas otras tierras ya más lejanas donde Nerón emplazara su circo para la jurisdicción de Clío, entre el Tíber, la colina del Janículo y las del mismísimo Ager Vaticanus. Parece claro que las viejas y frescas riberas de los ríos italianos, como también aquí, con frecuencia las acogen. Hasta dichos parajes del Lacio acuden algunos pájaros de sucio pico, lustrado por el fango mediterráneo, y que circundan con frecuencia por el Río Grande, si bien lo sobrevuelan por el limo consentido de algún espíritu alocado, quien deja sumido en el estupor de la duda a cuantos en su demarcación hoy así transitan o piensan, como urogallo que en celo pierde su sentido de autoprotección. Todo ello, mientras el barquero no deja de navegar río abajo con el bote casi hundido y cargado de viejas y nuevas polillas con resina desde el embarcadero franco del enfangado paraje, si bien acariciado hoy por el frescor matutino que se entrecruza hasta la metrópolis de púrpura ostentosa, cuando la luna de Nisán ya se presiente. En consonancia con la doctrina emanada desde antiguo, la cosa no está para dormirse entre tan escurridizas verdinas y menos aún entre las turbias aguas ribereñas o en apresuradas paradas de aves malogradas por un tránsito viajero que políticas de otro signo antaño propiciaran, entre estos u otros momentos, por los cercanos y simbólicos afluentes que por la Vega la Campiña se ve atravesada. Todo ello, en medio del sigilo de cuantos avechuchos de cárdeno plumero sus carnes orondas cubren en demasía. Hasta su corte soberana alados de rubio penacho con cano pescuezo bien alzado llegan como si de meros ciclistas se tratara para arribar a meta cierta, en un lugar donde otras contiendas se fraguaran bajo la astucia de una decrépita vulpeja, quien al acecho de grullas anduviera por precepto de quien en dorado se auxilia cuando al batel sube o baja, el mismo que otros tanto aman sin dudarlo, sobre todo, cuando subrayan tan libertino comportamiento avícola que, como los de Itaca o los que con violácea muceta planean por tan arcangélico arenal y el Cabopino costero cuando el golf se hace juego entre las verdes praderas con sabor a nogal. Es la explicación reiterada por cuantos abrazan el dictamen del Pescador, quien observa sin solución cómo se pierden por el confín de unas aguas malolientes que por la mar nuestra transitan no pocas de sus aladas, sin que en ningún otro momento deje de moverse nada. Y todo, en medio de un misterio sepulcral que calla cuanto se conoce, y que el luso tan bien supiera como nadie, al igual que hoy quien acaba de llegar para observar, en medio de grandes acuerdos, entre otros, el propio revoloteo de unos pájaros de tan llamativo plumaje, que no siempre fueran admitidos desde el mirador sutil de su representación. Y menos aún, ahora.

* Catedrático