Pilar Molinos (Fregenal de la Sierra, 1949) vuelve para traernos la más dulce armonía de su tierra natal, entre cuyo carrizal juega el viento a la sombra del encinar milenario. No es la primera vez que sus obras cuelgan entre las encaladas calles de nuestra universal ciudad, ya que en 1994 participó en La Pictolírica , en la Posada del Potro, donde repetiría dos años después con otras y, entre ellas, "con lluvia, agua, aire y viento, en medio del laurel, el suspiro, la lágrima, la espina o el triunfo", en su ya célebre muestra Quiero SER . En junio de 2005, la Fundación Botí la llamaría para que en la Sala Puertanueva colgara sus collages, en Pintores Literarios , junto a Guillermo Pérez Villalta, Santiago Arranz, Luis Ledo y otros relevantes artistas del panorama nacional, en una renombrada exposición, a cuyo comisario Michel Hubert Lépicouché por momentos le hiciera volver, como en los cuentos de los hermanos Grimm o los de Perrault , a la ventana que abre nuestra mirada a una infinidad de paisajes, en definitiva al espíritu de su propia infancia, "donde los sueños y la realidad se mezclan y surgen de ellos formas fantasiosas que se disponen a dialogar" con otras existencias diferentes, sobre todo al contemplar los cuadros de nuestra querida y admirada pintora frexnense, ya con un largo recorrido y cuya selecta obra cuelga en importantes colecciones y, cómo no, en algunos museos nacionales y, entre ellos, el de Cáceres, el Pérez Comendador-Leroux, López Villaseñor de Ciudad Real o el museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, habiendo sido reseñada por Eduardo Naranjo, Juan Barjola, Félix Grande, Carmen Pallarés, Paco Lebrato, Manuel Parralo, Pablo del Barco, Oscar Alonso Molina, José Luis Pajuelo, Arnulfo Muñoz, Juan D. Fernández, Pedro Muñoz, Alonso Salgado, Miguel Calderón, Tomás Paredes, Angel Luis Pérez Villén o Antonio Casquete de Prado , entre otros muchos artistas, catedráticos y críticos de reconocido prestigio, del que Pilar también goza en el mundo del arte, por ser una pintora que trabaja sus obras desde la emoción, al igual que sus nombres, puestos con misterio y libertad, pero con no menos locura y armonía, no solo por su sonoridad, sino también por el ritmo que los lleva hasta el papel. Son palabras que escucha, pero que a pesar de su desorden funcionan como si de un poema se tratara, para explicar con su peculiar lenguaje el color de sus cuadros, mientras mezcla el azar y el automatismo controlado a fin de evadirse a ese mundo tan suyo que detenta desde la realidad, a veces, no tan grata que le tocó vivir. Para quienes la seguimos, no deja de sorprendernos con sus nuevas pinturas, en las que se aprecia la peculiar forma de interactuar de la luz. En esta ocasión, nos retrotrae a su particular microcosmos, del que en su día ya nos hablara el pintor José Luis Pajuelo . A la ciudad de la Mezquita nos traslada unos collages recortados en diferentes soportes, pura poesía pintada de color, con unas nuevas series de moquetas de 50 x 50cm, cosidas con bordes de lana y puestas en la pared sobre alfombras azules. Entre ellos, habrá "peces, laberintos, nubes, sueños y cenizas", que se completan con una gama mixta sobre madera, que denomina Ricones de nube fresca , compuesta por nueve cuadros de 42 x 62cm, o con varios cuadros más en papel hecho a mano, de 50 x 68cm y también cosidos a mano por ella misma. Llenos todos de locura y desorden organizado, entre los que se hallan catalogados algunos como "un olvido, a ciegas, agua clara o ponle flores", y una instalación demasiado coherente en lo simbólico titulada vino en un barco , compuesta de diversos objetos, desde libros hasta cajas. "Silueta de limo y niebla, coplillas de cuatro versos, desde el aire, y mientras las estrellas los alumbran", son algunos de sus encabezamientos nacidos del automatismo en su amado estudio de La Cinoja, en Marqués de Riocabado, que entre encinares se impregnan en la Córdoba que brilla en la llanura al son de la bujería y con las fragancias que emanan del azúcar, el perejil, la canela o la hierbabuena. Son como las tempranas rosas blancas y hojas nuevas de la primavera, cercadas por el pétreo mármol y el jazmín de nuestro solar patricio. Son cuadros con olor a azahar, que regresaron para escuchar mis sobrias palabras, las que conoce la pintora desde hace años, cuando como ponente acudí, junto al antropólogo amigo Francisco Luque-Romero , a unas jornadas celebradas en su casa, de cuya alma algo debió de quedar en mí. Desde entonces, su amistad nos honra, al igual que a algún que otro familiar mío cual silueta de limo que cambia el rostro canela. Segura en el territorio sagrado de los sueños, en la fortaleza de los poetas y en el refugio de los magos y de la sabiduría. Esa es Pilar Molinos, quien expone en la acreditada Galería Arte 21 hasta el próximo día 28.

* Catedrático