Ninguna de sus dos últimas películas ha merecido según la Academia de Cine de Hollywood ser candidata al Oscar 2009. En mi opinión, sin embargo, hay más cine por centímetro cuadrado de celuloide en El intercambio y, aún más, en Gran Torino que en las cinco propuestas finalistas. Juntas. En la revista Gatopardo Clint Eastwood se define a sí mismo como "un viejo que hace películas de vez en cuando". Lo que recuerda a aquella vez en que otro viejo director se presentó como "Me llamo John Ford, y hago westerns" El crítico de cine Quintín precisamente sintetiza al autor de Sin perdón como una fusión entre Ford y John Wayne , el actor que encarnó como nadie el rocoso espíritu americano. Sin embargo, creo que el director clásico americano con el que emparenta mejor es Howard Hawks , cuya visión del mundo individualista y libertariana se le aproxima más que la comunitarista y familiar de Ford.

Afortunadamente los viejos cineastas quieren morir filmando: Manoel de Oliveira, Agnès Varda, Sidney Lumet, Eric Rohmer, George A. Romero o Woody Allen son solo unos ejemplos de la vitalidad de la sangre sabia que corre por sus venas en forma de fotogramas puros y duros. Despreciando los eufemismos condescendientes, estos guerreros de las cámaras hacen suyo aquella máxima de Robert Bresson : "Cinematógrafo, arte militar. Preparas una película como se prepara una batalla".

Eastwood es tan raro que es de derechas, cuando en el ambiente artístico en general y cinematográfico en particular lo que predomina es el izquierdismo militante.

Pero incluso su apoyo a los republicanos es peculiar, en cuanto que el libertarianismo que profesa defiende tanto los derechos civiles de los homosexuales como de los que quieren portar armas, distintas manifestaciones de un solo derecho liberal: la libertad de elegir.

En un tiempo dominado por los dogmas políticamente correctos, gracias a los cuales el que se mueve intelectualmente no sale en los medios de comunicación (ergo, no existe), y los espabilados dicharacheros a la búsqueda de sus quince minutos de fama warholiana, la existencia de un totem moral como Eastwood es tan peculiar como si de repente Moisés apareciera con las tablas de la Ley en un plató de televisón basura.

Complejo y simple como una cinta de Moebius , Eastwood envejece como un jamón de Jabugo o un vino de Ribera del Duero. Para darnos un atracón.

* Profesor de Filosofía