Lejos del poder ejecutivo que caracterizara la evolución franco-española durante la III República y el sistema canovista, el franquismo se distinguió por su permanencia, fruto y expresión de un régimen dictatorial. Obviamente, ningún paralelismo cabe trazar aquí con relación al curso de la vida francesa durante el mismo periodo, bien que sí, por ejemplo, con la portuguesa y aún con la de los flecos o fase terminal del fascismo italiano. Como se sabe, en tal extremo la obra del profesor granadino ---Granada, siempre Granada en la ruta de la particular y aleccionadora historia de la teoría política española y de sus definidores y exegetas más buidos-- sin romper, claro es, lanza alguna en pro de la similitud o equiparación del franquismo con las formas políticas reinantes ultrapuertos terminado el segundo conflicto mundial, ciertamente ha defendido con copiosa documentación y finura analítica la esencia del poder franquista una vez traspasada la frontera del Referéndum de julio de 1947 como un sistema fundamentalmente autoritario, de colindancias dictatoriales durante su travesía más prolongada, desembocada justamente en una democracia.

Según fuese fácilmente predecible desde el instante mismo en que se formulara, la interpretación del franquismo llevada a cabo por Juan José Linz se vio acompañada de la polémica, a veces muy híspida, como se estila en el bronco solar ibérico. En la torrencial bibliografía brotada en esta parcela de la contemporaneidad española, la visión de Linz recibió el refrendo de gran parte de los autores más acreditados al paso que en la aparecida en el extranjero --sobre todo, en la de los países anglosajones-- halló un respaldo casi universal. Indudablemente, la defensa de dicho planteamiento respondía, en el conjunto de la magna tarea intelectual acometida por Linz, a su indesmayable creencia en la normalidad europea del paradigma social y político de la España del pasado reciente, el más sometido a una introspección e, incluso, a una psicologización a las veces, en verdad, desmesuradas.

Según es sabido, su segunda patria, Alemania, ha conocido en su singladura última un proceso de igual índole, a consecuencia de los efectos en su conciencia nacional de la dictadura hitleriana. En ninguna de sus dimensiones principales ni tampoco en las secundarias, la franquista se equiparó a la nazi, conforme se muestran contestes las plumas de los especialistas más relevantes. Al subrayar sus rasgos autoritarios y rebajar su vitola dictatorial a unos caracteres y, sobre todo, a una fase cronológica muy limitada, Linz, sin apriorismo alguno ideológico ni menos aún banderizo, la inserta en una corriente de frecuente plasmación en los pueblos en los pueblos mediterráneos y eslavos del poster tramo de su historia.

Muy flanqueada a la crítica en varios puntos, el núcleo de su argumentación abona incuestionablemente la normalidad de la nación que nuestros antepasados, remotos y próximos, así como las generaciones actuales --nosotros mismos--, han construido a golpe de esfuerzo y voluntad de convivencia.

En ocasiones, la historia continúa siendo, como en los días de Cicerón y Cervantes , maestra de la vida. Gratitud a un honesto y eximio intelectual como Juan José Linz por haberlo, envidiablemente, ilustrado en tiempos muy revueltos y, por ende, propicios a la confusión y al engaño. Votos también para que los universitarios de las hornadas más flamantes lo tengan como espejo y guía.

* Catedrático