Miren que no quería hablar de Obama . Pero, con un discurso como el de ayer, cualquiera se resiste a comentarlo, aunque sea desde un rincón del imperio como Córdoba (que tampoco es mal rincón).

El acto de ayer se puede resumir en una sencillísima frase: "Fue la toma de posesión histórica de un presidente de los Estados Unidos de Norteamérica". Hasta ahí, todos de acuerdo. Pero a partir de aquí, el mundo se divide en dos. Por un lado, los que se fijan en las palabras "toma de posesión histórica de un presidente", por la llegada al máximo cargo de la más poderosa nación del mundo de alguien que, hace solo cuarenta años, no hubiera podido sentarse al lado de un blanco en el autobús. Empieza una nueva era de esperanza, de moralidad, de unos valores no solo de EEUU, sino de la democracia en todo Occidente.

Luego, están los que se fijan en otra parte de la frase, en "un presidente de los Estados Unidos de Norteamérica". Y no es por quitar mérito o poner freno a la esperanza y buen rollito que ha despertado Obama en el mundo, sino porque no es bueno dejarse arrastrar por la pasión pura, y menos en política. Obama es el presidente de EEUU, no de Europa, y si tiene que barrer para casa, no duden ni por un momento de que sabrá usar la escoba en esa dirección.

Ilusión y esperanza, toda. Pero si no distingo el color de la piel a la hora de condenar a un malvado, tampoco doy cheques en blanco, en negro o en verde pistacho a ningún mandatario.

Porque, hablando de Historia, la última vez que España estuvo en guerra con una potencia extranjera fue hace 110 años, contra Estados Unidos. La Historia es así de graciosa. Y eso nos enseña que nunca se sabe qué país nos puede contar algún chistecito.