Llevo --creo-- tres años sin ver la cabalgata de los Rayes Magos, el mismo tiempo que me tiene mi fractura de la cadera recluido en casa sin pisar el asfalto de las calles. Este año, no ha venido nadie por casa a quien pudiera preguntarle cómo había sido la cabalgata, hasta la pasada semana, en la que, en una columna del diario CORDOBA Francisco Mellado denunciaba la composición y estilo más propio de un desfile de Disney World.

Se supone que el municipio está regido por unas personas con un mínimo de sensibilidad artística y unos conocimientos culturales como para saber el hecho que se revive con dicha cabalgata. Se puede ser creyente o ateo, se puede aceptar como histórico o como leyenda, pero de celebrarse esa cabalgata habría que basarse en la tradición.

¿Qué diríamos si, por ejemplo, los organizadores de celebrar el bicentenario de la batalla de Bailén --primera derrota de las tropas napoleónicas-- hubiesen --para mayor vistosidad y espectacularidad-- intervenido tanques, aviones, paracaidistas...? Mayor aún es esta arbitraria traducción gratuita del acontecimiento porque a muchos no les suenan para nada la batalla de Bailén, mientras que de la aventura de los Reyes Magos algo saben, aunque no sea nada más que porque un día fueron niños y les dejaron en el balcón de la casa los deseados juguetes.

Y la cosa viene de tiempo largo, recuerdo de un año en que --carroza de los Reyes Magos aparte-- desfilaron tres con motivos basados en los evangelios y en la tradición y cinco o seis modelo Disney y seis o siete de enanitos y personajes varios.

La secularización sigue ganando terreno a costa, incluso, de lo que ha sido, por muchos años, la ilusión ingenua de miles de chiquillos.

Melchor, Gaspar y Baltasar , cualquier día os hacen desfilar tocando guitarras eléctricas.

* Publicista