Saben quienes me tratan que soy un perfecto desconocedor de las claves que rigen el fútbol. Me gusta ver en la tele los grandes acontecimientos pero no sé cuáles son los puntos determinantes de un buen juego. En cierta manera, como si fuera vino, creo distinguir al bulto uno bueno de otro peleón pero definir los matices y disfrutar con su descubrimiento es un éxito que mi paladar no alcanza.

De todas formas, y desde mi ignorancia insultante, también en esto, he bebido unos partidos tan vibrantes en los últimos días que me permiten mantener una conversación optimista en el café y alimentar las esperanzas de culminar la fiesta de España en la final de Viena.

Cuando tenía nueve años, algún tiempo atrás, sufrí la final con Francia en la Eurocopa. Asistí desde el calurosísimo sillón del salón de la casa de mis padres, junto a la tele Vanguard , que daba sus últimos coletazos vitales (nació en el mundial de Argentina). Arconada perdió el balón, una cosa rara debajo del cuerpo, cuando ya lo había atrapado y la pelota entró. Perdimos. Lo pasé mal.

Ahora es distinto, en medio del delirio por el pase a la final, Luis --el incomprendido-- da un recital gestual de primer orden. Celebra los goles hacia dentro, con una fuerza controlada que casi asusta, como si el disfrute no fuera pleno por responsabilidad. Por otro lado, Letizia alucina como el resto y suelta un puño que dice un bien rotundo. Los jugadores la tocan, con pases cortos y fáciles hasta llegar al borde del área y con un desparpajo desconocido hasta el momento, se plantan, se paran, se templan, afinan y meten goles de tiralíneas. La afición saca banderas y (con las caras pintadas) inunda las calles y las fuentes y el aire y las farolas y las ventanas y pierde el resuello, la voz y la vergüenza para celebrar una fiesta por cada acercamiento a la fiesta definitiva.

Han ganado el afecto de la gente, han ganado el protagonismo en las conversaciones, han ganado el respeto de los amantes del deporte, han ganado el partido del ejemplo, han ganado el interés del público, han ganado un hueco en la historia...

El deporte, que es también negocio, abre de vez en cuando imágenes soberbias de equipos y de triunfos y no estamos acostumbrados en gestas colectivas a gozar del favor de los dioses del Olimpo.

Algún día perderemos otra vez. Pero antes de que celebremos el triunfo, yo ya lo digo: ya hemos ganado. En el campeonato del cariño y la ilusión, España levanta la copa.

* Asesor jurídico