A los 14 años de haber caído el muro de Berlín los israelitas están levantando otro en tierras de Cisjordania. Hacer un muro cuesta poco tiempo. Destruirlo puede costar generaciones enteras. Muro y muralla son sinónimos de separación, de frontera, de extrañeza, de defensa tribal. El muro que está construyendo Ibarretxe en el País Vasco se llama "plan" y pretende erigirlo con la cerrazón del hormigón "armado". Al otro lado de ese muro de Ibarretxe hay otro muro sólido edificado con malentendidos por otro nacionalismo excluyente, el nacionalismo español que representan Aznar, ahora Rajoy, y del que es maestro de obras un señor apellidado Mayor Oreja. Lástima que esos muros no sean de cristal. Porque el cristal es frágil y transparenta la mirada de unos y de otros. Y aunque no deje pasar las palabras del buen entendimiento y el diálogo podría considerarse que daría menos miedo a los que a un lado y al otro del muro confrontan sus miradas. Algún día se cansarían de contemplarse enemigos, el tiempo lo cura todo, y cabría la posibilidad de que las miradas se reconciliasen en un armisticio y decidieran traspasar el cristal para encontrarse. Parece que por ahora no es posible. Y eso alimenta los malentendidos y produce paisajes extraños como este que leo en las páginas de un diario de Madrid, en el que, por encima de todo, llama la atención el escalofrío del titular : "Soy un precadáver". Palabras de Manuel Montero, rector de la Universidad vasca.

Manuel Montero es un nombre inscrito en una diana. Catedrático de Historia Contemporánea y ex militante socialista, Montero tuvo la osadía de presentar su candidatura al rectorado de la universidad, ganando por sólo dos votos al candidato nacionalista. Manuel Montero, además, tiene otro problema, que no lo sería en otro lugar: no cree en los muros y sí en la posibilidad de derribarlos. Por si eso fuera poco, Manuel Montero es un malquerido de los dos nacionalismos, el español del PP y el vasco del PNV. Los primeros le acusan de equidistante y traidor. Los segundos, de constitucionalista. Y por eso se considera, en palabras cuya soledad es imaginable, "un precadáver paseando por la ciudad". Y no sólo porque lleve escolta y esté amenazado de muerte por ETA (su nombre en la diana). En esas condiciones ¿qué partido político será capaz de dar cobijo a la absoluta soledad de esta persona no respetada en su fundamental derecho humano de ser libre?. Manuel Montero está contra el muro y él mismo vive, si a eso se puede llamar vivir, dentro del muro.

A ambos lados del muro el precadáver de un hombre sólo tiene la libertad de pensamiento. Y el miedo a expresarla. A esta situación se ha llegado a un lado y al otro porque se está cumpliendo en Montero, un ejemplo entre tantos, la terrible cuestión de Juan de Mairena : de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Unos y otros tienen un plan para la construcción de un muro con dos diseños diferentes. Manuel Montero, que vive dentro del muro, no está de acuerdo con los proyectos de los arquitectos porque no ve la necesidad de la existencia de tal separación y está en su derecho a expresarlo. ¿En qué especie de exilio interior vive, sobrevive este hombre? Su situación personal se ajusta a un aforismo que le leí a Elías Canetti: cuando expresa su pensamiento cada una de las palabras de Manuel Montero se convierte en una nube de mosquitos que vuelven a él en forma de picaduras.

El muro no está en construcción. Se ha convertido en realidad. Hay gente que pasea a uno y otro lado. Se miran pero no se ven. Hablan, pero no se escuchan. Con palabras, más que con ideas, han edificado ese muro desde el que se contemplan, unas veces con odio, otras, con absoluta indiferencia. Ha costado poco erigir ese muro de extrañeza, esa frontera invisible y desquiciada. Los materiales empleados, con toda su fragilidad de palabras hechas de discursos falsos, han acabado por dar solidez de hormigón a los argumentos de las cabezas que embisten con la monoidea de la soberbia. Cuesta poco trabajo construir un muro. Los albañiles de uno y otro lado han puesto en él lo peor de sus malentendidos. Y emparedado, dentro del muro, un precadáver que sólo desea convivir quiere hacerles entrar en razón. Y no le conceden la palabra.