Una jornada de Juegos Olímpicos puede empezarla uno en la vela y acabarla en el boxeo; amanecer bien temprano en el bádminton y luego verse un par de partidos de fútbol en Saitama; llegar al taekwondo a sabiendas de que tiene el tiempo justo para visitar también el tenis, la vela o el judo. Hasta que tropiezan los deseos del periodista ávido de estar en todos lados con el desastre mayúsculo que está siendo la organización del transporte en estos Juegos del Japón.

Con lo ordenados y tecnológicos que son los nipones, cuesta entender cómo hasta Río -por supuesto también Londres- gana la partida por goleada a Tokio en tan dispares y numerosas facetas. También por supuesto en la conectividad de las sedes, que está siendo un laberinto inacabable.

Lo habitual en unos Juegos es que haya una dársena en el centro de prensa desde la que salgan constantemente numerosos autocares con rumbo a los distintos deportes. Pero aquí incluso hay que coger un bus para llegar desde esta dársena a la propia sede de los periodistas. Para un trayecto que podría hacerse en tres minutos a pie, hace falta subirse a un vehículo que tarda 15.

El caso es que las restricciones de la covid impiden manejarse uno a sus anchas, dar paseos entre las sedes o coger un taxi normal y corriente. Si uno opta por ir en coche, ha de reservar en un teléfono que nadie atiende o ir a una parada de transporte oficial, en la que por cierto -y esto sí es un detalle- se paga con boletos de 10.000 yenes que la organización cede gratis a cada medio de comunicación.

El desastre y el desdén con sedes como las del ciclismo o la vela es de tal magnitud que tan solo hay un bus para ir (a las 6:00 de la mañana) y otro para volver (a última hora de la noche). Solo así se entiende que en la zona mixta para recibir al isleño Ángel Granda, gran protagonista de las regatas del sábado, apenas hubiera dos informadores de España. O que en el boxeo José Quiles solo se encontrase con este periodista en el momento de desahogar sus lamentaciones tras su visto y no visto en el tatami del Kokujigan Arena. Es imposible llegar a todos lados, pero es que Japón lo pone todavía más difícil. El enjambre de sedes y la conexión entre todas ellas es un sudoku -nunca mejor dicho- que aquí nadie entiende