Luz hasta el final de la vida (2021) es una sucesión de imágenes en movimiento hacia las que avanzamos. Marisa González nos sumerge en un vórtice que nos lleva a reflexionar sobre el lugar. Un paisaje ¿no-paisaje¿ de la hipervelocidad, un espacio hacia el que nos movemos sin destino específico. Este desplazamiento en el que centramos la visión en el punto focal central se transforma en un hipnótico viaje unidireccional, un road trip psicodélico de tamaño XXL. Esta visión de la arqueología de la percepción nos lleva a relacionarlo con los discos rotatorios de Anémic Cinéma de Marcel Duchamp pero, más allá de esto, se genera una conexión con un determinado estrato de la historia del arte, Marisa González se interesa por las posibilidades de una nueva tecnología con la que todavía no había trabajado. Esta es una relación primitiva con la programación de luces LED, un test de la posibilidad de una nueva serie de trabajo.

Marisa González se aproxima a la tecnología como medio para expandir su léxico. La artista ha desarrollado un corpus en el que investiga sobre la relación entre el género, lo social, la identidad y el cuerpo en conexión con los nuevos medios.