En la cocina casera y familiar, siempre se ha considerado un mérito el aprovechamiento de las sobras, entendiendo por sobra lo que queda de la comida al levantar la mesa; no los residuos de los platos, sino lo que ha quedado sin servir o sin tocar, aunque ya estuviera servido. Pero servir las sobras tal como han quedado, resulta poco apetitoso, así que se trata de hacer comidas nuevas. Por ejemplo, con lo que haya quedado de pescado, carne o jamón -el jamón es difícil que sobre-croquetas; con menestra o carne de ave, puré; con el pescado o la carne, salpicón, acompañando con patata cocida, pimiento, tomate y cebolla fresca, con aliño de sal, aceite y vinagre; con turrón, si todavía queda por ahí alguna tableta de las que compramos en navidad, y leche, batidos. Sacar rendimiento a las sobras es un arte.

Tirar las sobras a la basura va contra las normas básicas de la economía doméstica y contra todas las reflexiones acerca de las necesidades que acucian a buena parte de los habitantes del planeta. En casa, ya hemos visto que es fácil resolverlo, pero cuando comemos en la calle, la cuestión se complica un poco. ¿Qué hacer con lo que nos sobra en un restaurante? ¿Cuántas veces hemos contemplado con pesar, por ejemplo, en un banquete de boda, cómo los camareros devuelven a la cocina estupendos solomillos, apenas empezados? Practico la costumbre, porque siempre he tenido perro, de pedir por favor que me envuelvan para llevar la carne que me sobra; ruego que siempre ha sido atendido con amabilidad; pero he sorprendido pícaras miradas en mis compañeros de mesa, en las que se leía claramente la sospecha de si el solomillo acabaría en la boca del perro o en la mía.

¿Y qué cambiaría si me lo comiera yo? En EEUU y en Francia, países sin complejos, casi no tienes que pedirlo; es habitual que te den una bolsita, que incluso lleva impreso para el perro en el idioma que corresponda; pero en este país de hambres históricas, patria de hidalgos pobres, cuyo único patrimonio es el orgullo, y en esta feria de la discreción, que según Pío Baroja, es Córdoba, nos dejaríamos matar antes de que la gente pudiera pensar que en nuestra casa no se comen alimentos de calidad bien cocinados. Y por eso, fuera de casa, manifestamos desdén hacia ellos. En España, como en otros países, al parecer, va a ser preceptivo que el restaurante entregue las sobras. Y a los dignos, tímidos y discretos, no nos va a quedar más remedio que aceptarlas educadamente.