A lo largo de mis años investigando fenómenos que parecen rozar lo imposible, he tenido la oportunidad de entrevistar a decenas de cordobeses con un denominador común: aún se les eriza el vello cuando reviven aquel momento que cambió sus vidas. Y por mucho tiempo que haya transcurrido, todos se siguen formulando cada noche antes de dormir la misma pregunta: «¿Por qué tuvo que pasarme a mí?».

Todos los artículos de José Manuel Morales, en este enlace

Uno de ellos es Rafael Delgado, un veterano mecánico que aún recuerda como si fuera ayer un episodio ocurrido hace más de tres décadas. Entonces trabajaba en asistencia en carretera, y un sábado por la tarde le llamaron para realizar un servicio en Pozoblanco. Después de atenderlo, de regreso a Córdoba pasó por las inmediaciones de la Base Militar de Cerro Muriano, y en la puerta vio a un soldado con una mochila al hombro haciendo autoestop. Como Rafael había cumplido su servicio militar en este mismo campamento, inmediatamente empatizó con el joven y detuvo su grúa para recogerlo. El autoestopista se sentó a su lado, y ambos iniciaron una agradable conversación en la que el soldado reveló un buen número de detalles: se llamaba Joaquín, su padre también había sido militar, provenía de Huelva y tenía intención de abandonar el ejército en breve, por motivos personales. Incluso se permitió advertir al conductor del vehículo que extremara la precaución al pasar por las llamadas curvas de la herradura, asegurándole que se habían producido numerosos accidentes en ese peligroso tramo. Llegaron a establecer tal nivel de confianza que al pasar por el famoso bar El Frenazo, Rafael sacó el intermitente para invitar a su inesperado camarada a tomar algo, y detuvo la grúa con suavidad en la explanada que servía como aparcamiento. Entonces giró la cabeza a la derecha, y cuál sería su asombro al comprobar que el asiento del acompañante se encontraba… totalmente vacío.

El habitáculo de la grúa era pequeño, no había sitio donde esconderse o hueco por el que escapar. Aún así, Rafael se bajó y examinó el vehículo a fondo, pero inexplicablemente, Joaquín se había esfumado. Como en tantos relatos recogidos alrededor del mundo, en los que una persona desorientada sube a un coche para luego se desvanecerse sin dejar rastro. Esta vez, la tradición de la chica de la curva estuvo protagonizada por un soldado. Pero lo más inquietante es que lo relatado hasta aquí no es una leyenda, sino el testimonio real de un vecino de nuestra ciudad. ¿Cómo puede ser?

Los científicos tienden a considerar las apariciones en carretera como un efecto de nuestra mente, provocado por el cansancio ocasionado al fijar la mirada en la calzada durante un tiempo prolongado. De noche, este efecto se intensifica, ya que la visión se reduce a la región iluminada por los faros del vehículo, haciendo más frecuente la visualización de extrañas siluetas en las zonas periféricas de nuestro campo de visión. Pero en un caso como el de Rafael Delgado, ¿cómo podrían ser producto de su imaginación todos esos minutos de interacción? En estas situaciones, los psicólogos no tienen más alternativa que reconocer que el contacto se ha producido ciertamente, y es una persona física la que ha ocupado el asiento del acompañante. Lo que nos lleva a una reflexión aún más escalofriante: si se trata de alguien de carne y hueso, ¿cómo se desmaterializa?

Cada vez queda menos lugar para explicaciones lógicas. Podría continuar abriendo interrogantes, pero lo único que conseguiría es que cada vez nos sintamos más pequeños ante la auténtica magnitud de un enigma que, creamos o no en él, lleva siglos perturbando a miles de personas alrededor de todo el mundo.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net