Disfrutad de la vida, que pasa muy rápido». Lo dice después de haberse recuperado de un infarto. Todos los días, Jean Louis da un paseo por las afueras de Carcanières, así que cuando nos despertamos, en su jardín, él ya lleva levantado dos horas. Poco a poco la casa se va desperezando. Los niños bajan a la cocina y Marie Jo les llena los cuencos de leche; aún no les sale la voz.

La abuela, los nietos y el verano.

Por las ventanas entra una luz amarillenta muy tenue y el sonido de la cafetera sabe a hogar. Miro la escena desde la puerta y no sé si estoy viendo una película francesa o mi propia infancia en la campiña de Jaén. Jean Louis nos enseña todas las fotos que ya no podrá tomar, con sus perros siberianos en el Círculo Polar. Que alguien te abra su casa es el mejor regalo que puedes recibir en un viaje.

No tengo guantes.

Olvidar los guantes cuando vas a atravesar el Pirineo es de pardillos. Jean Louis me ofrece los suyos; el último obsequio de la familia Berlhe.

16 horas después de haber entrado en Carcanières nos marchamos. Ascendemos el Col de Pailhères en silencio. Sus curvas de herradura son majestuosas, brilla el sol, se dibuja un valle cada vez más hondo y hacemos un picnic en plena ascensión, casi a dos mil metros de altura. Sin embargo, solo hay silencio. No se nos va de la cabeza.

Siempre que vives una experiencia intensa cuesta volver a arrancar, a interactuar, es como si la anterior te persiguiera, como si hubiera colpasado tu cerebro con recuerdos y no dejara entrar nuevos. Son los días de transición. Pocos kilómetros, pocas palabras.

Reposo.

¿Cuánto se tarda en olvidar?

¿Cuánto se tarda en reponer?

Miro la bolsa de chucherías que me ha regalado el pequeño Antoine. No quiero abrirla.

En Aulus-les-Bains vuelvo a fotografiar, pero la foto no tiene alma. Son Denise y Roger, una pareja suiza que ha hecho mil kilómetros para llegar a este pueblo. Quizá tengan una bonita historia, pero aún no me entran.

En Audressin paramos por culpa del calor y conocemos a Josette, Aurore, Josepha, Edouard y Annie. Otra foto sin mucha historia. Han pasado ya tres días.

Me está durando mucho.

El camping está en la cima de Portet d’Aspet. Al principio paso ante ella de largo. Está lavando una toalla a mano en una pila alargada. De repente me vuelven a entrar ganas de escuchar.

Se llama Mylène Bielsa, vive ahí mismo, en la cima de la montaña, de marzo a octubre en una caravana; en invierno, en una cabaña. Dice que la nieve le llega casi por la cintura. Solo tiene un vecino, el hombre del restaurante. Lo repite con una amplia sonrisa. «Sola, sola, sola». E intenta rodear la montaña con sus brazos. Le digo que si quiere posar y entonces se suelta el pelo. Se avergüenza. «No va a salir bien». Me pregunta que qué haré con la foto; le respondo que se la enviaré.

- Oh, pero es muy caro.

- Pero es bonito.

Atardece.