Dije en el primer capítulo de esta serie que iba a hablar más del Unamuno desconocido que del leído, y sigo en ello. Hoy traigo a estas páginas un ‘hecho’ histórico que por una doble circunstancia, el estreno de la película Mientras dure la guerra, con Unamuno de personaje central, y la exhumación de los restos de Franco, considero de máxima actualidad y que apenas se conoce (aunque ya lo publiqué en uno de mis libros): la comida-entrevista que don Miguel mantuvo con Franco en 1936, contada (19-6-1988) por la persona que los reunió y los invitó: Ramón Serrano Súñer. Por razones de espacio no cuento cómo llegó a mis manos. Alerto que alguna de las acotaciones del texto son mías. Pasen y lean.

«La entrevista de mi pariente (don Ramón siempre se refería a Franco como «mi pariente») con don Miguel al final se celebró, pero algunas años más tarde. Fue en los primeros días de febrero de 1936, a su vuelta de Inglaterra, donde acudió a la coronación de Eduardo VIII (en representación del Gobierno de la República) y cuando ya se habían convocado las elecciones que darían el triunfo al Frente Popular.

Don Miguel, que pasaba ya de los setenta años aunque muy bien conservado, llegó a la cita en el hotel Nacional vestido de negro y con su tradicional jersey de cuello alto, con la puntualidad del castellano serio. Mi pariente y yo, que ya estábamos esperando, nos levantamos y le saludamos con verdadero afecto. Franco vestía de uniforme de diario, sin condecoraciones ni medallas, aunque en esos momentos era todavía Jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Como presidente del Gobierno y ministro de la Guerra estaba don Manuel Portela Valladares.

El primero en hablar fui yo, dada mi condición de anfitrión y el que había provocado la reunión, y mis palabras fueron sólo para recordar la petición que mi pariente me había hecho ya en 1931, cuando don Miguel pronunció su famoso discurso sobre las lenguas regionales y la unidad de España en las Cortes Constituyentes.

A continuación tomó la palabra ‘mi pariente’, y con aquella voz tan especial que tuvo siempre, y con el máximo respeto, dio las gracias a don Miguel por todo lo que había escrito y por su amor por España. En aquella ocasión hasta a mí me sorprendió por el conocimiento de la obra de Unamuno que demostró…, así y de seguido Franco le habló de Paz en la Guerra, de Niebla, de Amor y Pedagogía, de En torno al catecismo, de su Vida de don Quijote y Sancho, de La agonía del Cristianismo, etcétera. Pero, al final se centró en sus discursos y sus artículos sobre la República.

Don Miguel siguió con atención y en silencio las palabras de ‘mi pariente’ y luego, tras un corto silencio, vino a decir más o menos:

--Mire usted, general (le llamó así durante toda la comida) le agradezco sus palabras y el que haya leído mis obras, obritas o lo que sean…, pero le quiero decir algo que quizás no haya dicho nunca. Yo no me siento escritor, ni catedrático, ni político (que nunca lo he sido), yo pienso que no he sido otra cosa en toda mi vida que un simple maestro de escuela, sí, sí, un maestro de escuela, ¿y sabe por qué?, porque siempre he pensado y sigo pensando que el problema de España es un problema de educación y que los españoles son como niños que lo ignoran todo. Aquí se cree que ser culto es saber leer y escribir y conocer las cuatro reglas… ¡y eso hasta grandes próceres que he conocido!. Verá, general, tras muchos años de estudio y meditación sobre el ser español he llegado a una conclusión: el español no es ni mejor ni peor que otros pueblos, pero… tiene algo especial: que es como un péndulo que sólo tiene extremos, o sea, o todo o nada… o apatía total o pasión sublime… Tal vez por eso Galdós dijera aquello de que el español es el que sabe hacer un 2 de mayo y no sabe hacer el 3 y el 4. Los españoles no quieren saber nada de nada durante años y de pronto un día se llenan de pasión y pierden la noción de todo… Y entonces, ¡ay, entonces!... te pueden conquistar un Imperio o te incendian las iglesias y los monumentos. No hay términos medios. Por eso creo que también yo me he equivocado, yo quise despertar espíritus y ahora ya me temo que lo que he despertado han sido fieras…Es un pueblo éste que no sabe lo que es la libertad… quizás porque nunca la conquistó, porque cuando la tuvo fue más bien un regalo de alguien.

Bueno, y así se pasó un buen rato. Porque don Miguel era una enciclopedia de saberes y pesares. Naturalmente, ‘mi pariente’ y yo mismo nos pasamos la comida embobados y sin atrevernos a decir palabra. Luego, y ya a los postres, se centró en la República y en la actualidad política.

--Mire, general, y que conste que hablo de esto porque usted me ha preguntado… Verá, cuando los monárquicos trajeron la República y la República me trajo a mí, yo viví como una cierta esperanza, creí entonces, ¡iluso de mí!, que por fin había llegado la hora de España. ¡Era todo tan bonito! Un pueblo que se echa a la calle y que cantando arroja por la borda a una Monarquía de siglos, ¡era todo un acontecimiento!... una ocasión histórica… Pero no. La República se suicidó recién nacida, quizá porque la ‘comadrona’ fue el resentimiento. Ya saben que su mentor, el señor Azaña, como dije en su momento, era un escritor sin lectores capaz de hacer la revolución para que le leyeran… No, y me di cuenta en cuanto me hicieron diputado y entré en las Cortes… aquello no era un lugar de encuentro, aquello fue desde el primer día el paraíso del desencuentro, una Torre de Babel a lo pobre. Ortega lo denunció enseguida con su «¡No es esto, no es esto!» famoso, pero yo preferí retirarme a mi Salamanca y seguir predicando en el desierto…

--¿Y ahora?

--Ahora, aquella mi esperanza del comienzo es ya un túnel sin salida. Mejor dicho, con una única salida: la del enfrentamiento, la del exterminio, la de siempre... o tú o yo. ¡No, no me gustan como van cosas!... Las izquierdas, o eso que llaman izquierdas, se han vuelto locas, y las derechas, o eso que llaman derechas, están ciegas… o sea, que estamos entre locos y ciegos… ¡Y esto no puede terminar bien!

--¿Y qué se puede hacer?

--La verdad es que no lo sé. A veces pienso que habría que hacer una evangelización nacional para convencer a estos y aquellos de que la República, como la Monarquía, son meros accidentes en el tiempo y que lo importante, lo transcendente, es España… pero, los hechos diferenciales pueblerinos han hecho imposible esa vía. Otras veces pienso que lo que esta España necesita es fundirla, refundirla y recrearla… Habría que acabar con eso de las izquierdas y las derechas y convencer, que no vencer, (ojo, y estas palabras, las que se harían famosas pocos meses después por el discurso de Salamanca de octubre las dice en febrero) a todos que sólo un movimiento unificador de pasiones y ambiciones puede salvarnos. ¡Y educación, mucha educación, política y de la otra!

Hubo un momento, ya de despedida, que ‘mi pariente’ se atrevió a preguntar tímidamente (Franco se había vuelto tímido, huraño e introvertido desde que Azaña le cerró ‘su’ Academia de Zaragoza y casi le echa del ejército):

--¿Y el ejército, don Miguel?

--Mire usted, general… El ejército es como el resto de los españoles… Ya vio lo que pasó con Primo de Rivera y sus generales…»