Es posible que alguna vez haya oído usted hablar de Calatañazor, un coqueto pueblo soriano de unos cincuenta habitantes. Dice la leyenda que allí fue donde «Almanzor perdió su tambor», es decir, su buena estrella. Sin embargo, no debemos olvidar que la Historia la escriben los vencedores, y que no siempre lo hacen ajustándose al devenir real de los acontecimientos.

Hace algunas semanas relataba la anécdota de las campanas de Santiago, y recordaba que este guerrero de leyenda se había convertido en el azote de los cristianos, contra los que cada año dirigía devastadores ataques desde Córdoba.

A mediados de 1002, después de la famosa campaña de Compostela, Almanzor fijó sus ojos sobre Burgos, entonces capital del Reino de León. Cuando remontaba junto a sus tropas el curso del río Duero, el rey Alfonso V le tendió una emboscada a la altura de Calatañazor. Según los cronistas medievales, un enorme ejército en el que se reunían tropas castellanas, leonesas y navarras, sometió al militar musulmán a sufrir su primera derrota, que a la postre le costaría la vida. Esos mismos textos aseguran que, el día de la batalla, un extraño hombre vestido de pescador apareció por las calles de Córdoba, llorando y pregonando: «En Calatañazor perdió Almanzor el tambor». Durante las jornadas siguientes, el misterioso personaje aparecía y desaparecía, siendo incluso visto en varios lugares a la vez. En aquella época, es imposible que este insólito pescador tuviera información tan inmediata sobre lo que estaba ocurriendo a más de seiscientos kilómetros, por lo que los escribanos pensaron que se trataba de un espectro. O quizás, del mismísimo diablo, que lloraba la caída de su representante en la Tierra.

Sin embargo, investigaciones recientes han demostrado que nunca se produjo tal batalla en la localidad soriana. Esta leyenda tan difundida se debe a una manipulación de los historiadores cristianos que, tras la Reconquista, modificaron las crónicas para hacer pensar a los suyos que el profanador de Santiago no había quedado exento de castigo.

En realidad, Almanzor falleció a los sesenta y cinco años, enfermo de gota, en la plaza fronteriza de Medinaceli (Soria), sin haber sufrido ni una sola derrota. Hasta tal punto mantuvo la gallardía hasta el último momento que, en su lecho de muerte, llamó a su hijo y sucesor Abd al-Malik para despedirse. Al verlo entrar en su tienda con el rostro envuelto en lágrimas, el moribundo caudillo de Al-Ándalus le reprochó su falta de hombría con una frase lapidaria: «He aquí la primera señal de la decadencia que aguarda a nuestro imperio». Ni en eso se equivocó.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net