Cuando no existe el debido celo en los ciudadanos, hay que suplirlo con la imposición del deber por parte de la autoridad, sustitución que no puede nunca ser completa, pero que es utilísima y necesaria. Esto es lo que hace la ley cuando la normalidad de la vida, el funcionamiento del sistema y la constitución ordinaria del Ayuntamiento no responden a sus fines; entonces viene esa curatela excepcional, y las consecuencias que eso trae son muy sencillas: ¿Depende el mal de la falta de administración? Vendrá la responsabilidad de los concejales. ¿Depende de la incapacidad del pueblo, porque no tenga recursos suficientes? Vendrá entonces la agregación a otro municipio y podrán realizarse los fines de aquél que era incapaz de realizarlos por sí solo».

--Oye, Álvaro ¿quién es este joven que habla tan bien -le preguntó el marqués de la Valdavia al conde de Romanones, que se sentaba a su lado.

-Pues, amigo mío, apréndete ya su nombre, porque este joven, como tú dices, llegará muy lejos y muy pronto.

-¿Y cómo se llama?

-Niceto Alcalá-Zamora.

-Pero, ¿es de los nuestros?

-Sí, ahora mismo es el mejor abogado que tenemos en Madrid. Lo presenté por La Carolina y salió con más votos que ninguno.

Esto sucedía el 9 de febrero de 1906, cuando el futuro primer presidente de la Segunda República española tuvo su primera intervención parlamentaria. Al finalizar el joven diputado, la Cámara se puso en pie y le aplaudió durante unos minutos. Tenía en ese momento 29 años y fue su entrada en la que Ortega llamaba «etapa de gestación», la que va de los 30 a los 45 años, y en la que el hombre comienza a querer implantar sus ideas, cambiar el mundo y apoderarse del poder.

No sería la única vez que el joven de Priego fuese aplaudido en el Congreso de los Diputados, pues gran eco político dejó también el discurso que pronunció el 28 de junio de 1912, cuando se debatía la Ley de Mancomunidades, o cuando el Programa de Construcciones Navales o, sobre todo, cuando en 1915 se discutió el Estatuto de Cataluña. Sí, sus adversarios le criticaron siempre su estilo barroco culterano, cuajado de largos y complicados periodos sin apenas pausas y con citas que a nadie se le ocurrían, pero la verdad es que cuando él intervenía en un debate callaban todos.

En abril de 1917 el cordobés ya estuvo a punto de ser ministro, pero no lo fue porque, según algunos periódicos, el Rey se había opuesto por la germanofilia de la que le acusaban. Aunque sería ministro de Fomento en noviembre de ese año, ministerio que entonces abarcaba el transporte, las obras públicas, la industria, la agricultura, el comercio y la minería. Y la situación era difícil, casi de desastre, por lo que siendo esencialmente liberal como era no tuvo más remedio que tomar medidas drásticas para evitar el caos, por lo que comenzó a ganarse los primeros enemigos de su vida política.

Al año siguiente hubo elecciones y crisis ministerial. Salieron del Gobierno algunos ministros, pero García Prieto, el presidente, confirmó la confianza que tenía en su ministro y le mantuvo. El mensaje de la Corona que el Rey leyó al abrirse las nuevas Cortes el 17 de marzo ese año llevaba su firma, como pensaban todos ya que su estilo a esas alturas era inconfundible. Sin embargo poco después caería el Gobierno y el Rey formalizó un Gobierno de Concentración que presidió Antonio Maura, con Romanones, Dato, Cambó, Alba y otros notables como ministros. ‘Don Niceto’ había dejado de ser ministro y ni siquiera acudió a su despacho oficial para darle posesión a su sucesor, el señor Cambó, con quien desde su llegada al Parlamento no se llevaba bien.

Pero como la política de aquellos años era un tejer y destejer permanente y los gobiernos apenas si duraban unos meses, Alcalá-Zamora volvió a ser ministro el 7 de diciembre de 1922, o sea cuando la Dictadura llamaba ya casi a las puertas. El marqués de Alhucemas, Manuel García Prieto, en este caso le hizo ministro de la Guerra, y ello porque el ilustre letrado del Consejo de Estado había trabajado en la Comisión de Guerra y Marina y además presidía la de Guerra del Parlamento. Pero Alcalá-Zamora se encontró con el problema que traía obsesionado al país entero: la Guerra de Marruecos, con los triunfos de Abd-el-Krim y el desastre de Annual todavía presentes. ¡Era el problema de España! Y además el que más divisiones sembraba, incluso entre los propios ministros del Gobierno, porque la mayoría defendía ya el abandono de Marruecos y la repatriación urgente de las tropas españolas. Otros, sin embargo, la mayor parte de los generales y jefes del ejército, se oponían a un abandono humillante.

Don Niceto, con gran sentido común, buscó con todas sus fuerzas un consenso para entre todos buscar la solución más idónea para el problema Marroquí. ¡Ay, pero con la Iglesia hemos topado! Porque entonces llegaron las discrepancias con el Rey, quien consideraba que el ejército y la Guerra eran cosa suya y se hacía lo que él mandara o se dejaba de ser ministro, pues Alfonso XIII en esos momentos ya no distinguía entre la Casa Real y el Ministerio de la Guerra, y contemplaba éste como el cuarto de al lado de su casa, hasta tal extremo que los gastos de viajes de la destronada Monarquía Austro-Húngara se pagaban de la caja del ministerio. Esto, y el proyecto de una Reforma Militar a ultranza, dado que las plantillas estaban sobrecargadas de oficiales, jefes y generales, y el proyecto de crear el «Ejército voluntario del Protectorado» (lo que luego sería la Legión) acabó enfrentándole con el Rey y sin más dimitió y se marchó de vacaciones a su Priego natal.

Y allí le cogió la sublevación de Primo de Rivera, el Capitán General de Cataluña, que desembocó en la Dictadura y en la instalación de un Directorio Militar. Fue el cierre de la Restauración, ya que Primo de Rivera lo primero que decretó fue la suspensión de los Partidos y las Agrupaciones políticas con representación parlamentaria: demócratas, liberales, izquierdistas, liberales agrarios, reformistas, conservadores ciervistas y mauristas, regionalistas, republicanos, socialistas, unionistas monárquicos, nacionalistas catalanes, nacionalistas vascos, tradicionalistas carlistas, católicos, agrarios, integristas e independientes. Lo que aplaudió el pueblo ya que aquel batiburrillo demostraba que con aquel panorama político se hacía imposible gobernar. Para Alcalá Zamora comenzó una etapa difícil, ya que desde el primer momento se opuso a la Dictadura y se apartó de la política activa. Pero fueron también los años de su evolución y su paso del Rubicón, pues cuando cayó la Dictadura ya estaba lejos de la Monarquía y entrando en la República.