Hoy se celebra en Córdoba un acto de reconocimiento a un cordobés universal, a quien Diario CÓRDOBA ha premiado como Cordobés del Año. Santiago Muñoz Machado es una de esas personalidades que da esta tierra de tanto en tanto. Comienzo con el recuerdo del carácter de la familia Séneca, quien, en los albores de nuestra era, atrajo la atención hacia Córdoba, capital de Hispania, nación de ciudadanos de muchos quilates éticos. Con el milenio, Averroes hace de Córdoba la puerta de entrada de la filosofía helenística a Europa e introduce Aristóteles a la cristiandad medieval. En el Siglo de Oro, Córdoba, alambique de culturas diversas, destiló arpegios poéticos: Góngora, cuya culta métrica sedujo a Damaso Alonso. En fin… este magnífico legado lo amerita ahora con orgullo y por derecho propio Santiago Muñoz Machado, que guarda semejanzas con todos ellos. Un jurisconsulto que, como su paisano pozoalbense Juan Gines Sepulveda (1), no conoce fronteras.

Caían las hojas del otoño de 1983 cuando conocí a Santiago Muñoz Machado. Yo apenas alcanzaba los 30 y él había contado alguno más de esos años. Éramos jóvenes, muy jóvenes desde el otero de hoy, pero interesados por el porvenir de nuestro pueblo. Él siempre me sorprendió por la resuelta actitud por sapere aude. Recientemente, con motivo de una foto salida del desván de esa época que nos mostraba en el Ateneo de Madrid presentando un libro, comentó Santiago: «Pero cuánto tiempo llevamos en esto de la intelectualidad». Este breve comentario resume bastante la empatía de su carácter, pues los méritos que solo a él corresponden los hace extensivos a los demás con una generosidad que no responde, como en este caso, enteramente a la verdad.

Santiago Muñoz Machado sí es un intelectual. Sin duda, el intelectual por antonomasia. Su inteligencia no solo contempla, reflexiona, concibe conceptos abstractos, sino que los convierte en realidades concretas y tangibles. «Teoría y práctica, no; práctica de la práctica de la teoría; y la teoría es teoría de la práctica», parece convenir con Giner de los Ríos, alguien con quien comparte, a mi modesto entender, rasgos e inquietudes. Su conocimiento sobre las diferentes materias en las que ha desarrollado su actividad intelectual es enciclopédico, como lo es su obra escrita. En ellas se contienen análisis que nunca surfean, sino que profundizan la proa de su ingenio sobre los temas que aborda: no hay nada superfluo en el ejercicio de su musculatura mental. La agudeza para desentrañar los más complejos problemas jurídicos, lingüísticos, filosóficos, etc., contrasta con la capacidad para explicarlos de manera comprensible para el menos advertido de su audiencia. Es un librepensador que, como los enciclopedistas franceses, se atiene a la razón y solo a ella. Una razón que abomina de los dogmas, por celebrados que estos sean, porque esta enervada de tolerancia.

EL PRIMER ENCUENTRO

Nuestro primer encuentro vino de la mano de la Ley General de Sanidad. Terminada su elaboración, apenas recogidas unas manifestaciones sectoriales, carecía de los elementos que hacen de un voluntarioso desiderátum político una norma legal. Y en esto estaba Ernest Lluch (R.I.P), a la sazón ministro del ramo, cuando apareció Santiago Muñoz Machado. De inmediato comprendió las flaquezas del proyecto, hizo suyas las aspiraciones ministeriales y las convirtió en un texto que aún hoy admira por su completitud. No solo por sus contribuciones técnicas, particularmente acabadas en el campo de la estructura competencial (2), sino por la ordenación general perfectamente sistematizada que permite discurrir por la norma sin desorientación alguna. La Ley arranca con estas bellas y lucidas palabras de Santiago: «De todos los empeños que se han esforzado en cumplir los poderes públicos desde la emergencia misma de la Administración contemporánea, tal vez no haya ninguno tan reiteradamente ensayado ni con tanta contumacia frustrado como la reforma de la Sanidad». Esta oración sintetiza la suerte de la sanidad española hasta entonces y la transcendencia de la reforma que se proponía.

Este breve relato es solo un ejemplo que enmarca la dimensión de Santiago Muñoz Machado como jurista. Ha estado en todas las encrucijadas que la historia reciente de España ha abocado a las instituciones, al Estado mismo, y que se abordan desde volonté générale que solo es capaz de articular el Derecho. Arte que domina como nadie en todas sus vertientes. Es un maestro que ha formado a una pléyade de destacados juristas que gustan de llamarse sus discípulos. Todos están marcados con la cualidad del razonamiento jurídico de Santiago. Aquél que conecta la sustancia y la existencia del ser humano con la parte material y formal de la realidad, en suma: aquel que orienta las aspiraciones individuales y civiles en la incesante búsqueda de «un proyecto de perfección y felicidad».

Nuestra amistad, viva desde ese primer encuentro, me ha permitido seguir su imponente trayectoria. Santiago Muñoz Machado ha desarrollado una carrera marcada por hitos de una gran trascendencia pública. El más reciente, no diré el ultimo, pues se corre el riesgo de ya haya acaecido otro que lo eclipse, ha sido su celebrada elección como director de Real Academia Española. Ha asumido tal reconocimiento, no como si fuera una cosa cotidiana, pero sin vanagloria, aplicándose al trabajo consciente de su responsabilidad desde el instante mismo de su toma de posesión. Se ha hecho cargo de la dirección de esa tricentenaria institución en el momento que ésta más lo necesitaba. Parecía como si su maltrecha economía --que ya él ha encaminado-- hubiera hecho mella en el ánimo de esa noble casa mermando el vigor necesario para afrontar los cambios que propone nuestra época. Entre ellos, y sin duda el principal, el cambio de paradigma que representa la disrupción digital para la sociedad global y, también -- cómo no--, para las Academias de la lengua, materia sobre el que ya tuvo ocasión de reflexionar en su discurso de entrada en la Academia en 2013, titulado Los itinerarios de la libertad de palabra, al referirse a la libertad de palabra en el ciberespacio (s. XXI).

Tuve la inmensa suerte de asistir a una reunión de los académicos de la lengua en la que Santiago Muñoz Machado, acompañado del presidente de Telefónica, explicó que esta entropía binaria no debe percibirse como «una amenaza, sino como una oportunidad para la expansión del español y su cultura». Sin duda, ordenar el lenguaje de la maquinas es un desafío que desborda la mera renovación cosmética de alguno de los instrumentos que estructuran el idioma. Interesa --vino a decir-- más una reforma de nueva planta para preservar la esencial unidad de nuestro idioma.

Este es el último atributo de Santiago que quería subrayar aquí: su capacidad para prevenir los envites categóricos que determinan el futuro. Pero no porque tenga las dotes adivinatorias de los empiristas intuitivos, sino porque analiza las realidades con una perspectiva histórica y dialéctica que le permite inferir de los problemas de hoy soluciones para mañana. Tiene esa extremadamente rara capacidad de transformar las incertidumbres del porvenir en rumbos ciertos. El idioma de las maquinas por el que ahora se interesa es un propósito (3) de los muchos que han jalonado su peripecia personal a los que ha respondido desde esa consciencia cargada de inquietud.

Dejo estas notas con el recuerdo de otro Machado, Antonio, «a las palabras de amor le van bien un poquito de exageración». Sabía el poeta que a los contemporáneos les cuesta reconocer la grandeza de un hombre y la magnitud de su obra. No es el caso. Apenas han sido tres reflejos de la personalidad holística de Santiago Muñoz Machado: un intelectual cuajado en el estudio, un jurista eminentemente constructivo, un director ilustradamente activo y, sobre todo, un amigo entrañable comprometido siempre con su tiempo y con su patria. FELICIDADES, admirado y querido Santiago.

Notas:

1.- Sobre el que ha dejado escrita la mejor biografía en su obra ‘Sepulveda, cronista del Emperador’ (Edhasa 2012), y quien en ‘De facto et libero arbitrio’ refutó a Lutero y celebró a Erasmo.

2..- Ya por aquellas fechas su obra ‘Derecho Público de la Comunidades Autónomas’ (Civitas 2003) era el libro de culto profesional y político que aún es hoy.

3.-Antes se ocupó en elaborar el ‘Diccionario del Español Jurídico’ (Espasa 2016) porque entendía, como Montesquieu, que «es esencial que las palabras (también las que usen las maquinas) susciten a los hombres las mismas ideas», como Santiago se encargó de recordar en su ‘Libro de estilo de la Justicia’ (Espasa 2017).