Cerca del embalse La Breña, entre los términos municipales de Córdoba y Almodóvar del Río, el cauce del arroyo Guadarromán forma un pequeño recodo, costeando la base de una loma conocida como el cerro de la Monja. Este curioso nombre se lo pusieron a finales del siglo XIX los pastores de la zona que hoy conocemos como Cuevas Bajas, después de que una noche de tormenta, varios de ellos aseguraran haber visto sobre la citada colina la espeluznante aparición de una monja espectral. Pero, ¿cuánto hay de cierto en esta tradición?

Para descubrirlo debemos consultar la obra de Fernando de Montis, sobrino del mítico Ricardo. En uno de sus libros nos relata la vida de Luis de Medina, caballero veinticuatro de Córdoba y gran aficionado a la caza. Tras una calurosa jornada de cacería, el mismo se acercó a una fuente situada en los alrededores del cortijo La Cigarra Alta para calmar su sed, y sentada en su borde vio a una hermosa joven de cabellos dorados jugando de forma inocente con su reflejo sobre el agua. Al percatarse de su presencia, la chica se sonrojó y se marchó apresuradamente, pero este breve encuentro fue suficiente para que Luis quedara prendado de su tierna belleza. Durante semanas, el caballero regresó todos los días al mismo lugar con la esperanza de volver a verla, hasta que por fin se produjo el esperado reencuentro. Él le confesó su amor y ella, que se llamaba María, le correspondió. Pero también le advirtió que era huérfana de padres, y que su tío tenía preparado su ingreso en un convento de clausura de Córdoba en un plazo de dos meses, para quedarse él como administrador de su herencia familiar. Luis pronto comprendió que al mediar intereses económicos, su tío nunca aprobaría la relación, y que tendrían que mantener sus encuentros con la joven a escondidas. Así lo hicieron durante las siguientes semanas, todos los días, junto a la misma fuente, María y Luis vivieron las horas más radiantes de sus vidas.

Pero el tiempo pasa rápido cuando somos felices y el momento de trasladarse a Córdoba llegó. La noche anterior al día señalado, ya de madrugada, María no dormía. Vestida con los hábitos de clausura, como le había mandado su tío, miraba por una ventana de su finca, advirtiendo cómo se avecinaba una fuerte tormenta. El rumor de los truenos lejanos y los relámpagos que cada poco tiempo iluminaban el seno de las nubes anunciaban una imponente tempestad. De repente, la sombra de un jinete y su caballo apareció en el horizonte, y fue haciéndose cada vez mayor hasta detenerse junto a la puerta de la parcela. A su señal la joven salió de casa, y subiéndose al caballo, abrazó su amado. Ambos escaparon a lomos del corcel, pero la tormenta comenzó a castigar la Sierra Morena de forma aterradora. La lluvia caía a torrentes y los truenos se sucedían sin cesar. En la más profunda oscuridad, tan solo la intermitente luz de los relámpagos mostraba a los enamorados el sendero por el que debían huir. Aunque el caballo se detenía a cada instante, pues rehusaba continuar por aquel camino impracticable, Luis le espoleaba, sabiendo que si lograban cruzar el Guadarromán estarían salvados. A medida que avanzaban por la angosta senda, la pendiente se volvía más pronunciada. De repente, un extraño ruido les sobrecogió. El arroyo se había desbordado y su impetuosa corriente amenazaba con precipitarse sobre los desdichados amantes cual furiosa catarata. Entonces, cuando se encontraban vendidos a su suerte, un relámpago seguido de un espantoso trueno asustó al caballo, que lanzó a la pareja por los aires.

Instantes después María abrió los ojos. Junto a ella yacía sin vida el cuerpo de Luis. Con los hábitos rasgados y loca de terror se lanzó al monte a pedir socorro, y tras subir de nuevo a lo más alto del cerro, comenzó a gritar con todas sus fuerzas. Al poco pudo distinguir una luz que brillaba de forma intermitente en medio de la oscuridad. Parecía provenir de una choza, pero apenas dio sus primeros pasos para dirigirse hacia ella, su pie se adelantó en el vacío y cayó rodando por la escarpada ladera.

Su cuerpo jamás apareció. Probablemente fue engullido por el bravo cauce del Guadarromán. El de Luis, sí fue hallado al día siguiente por los vecinos. El dictamen facultativo concluyó que había muerto por un rayo, pero los pastores de la zona nunca lo creyeron. Varios de ellos aseguraban que, desde sus chozas, la noche de autos vieron sobre la colina donde el caballero perdió la vida el fantasma de una monja, de aspecto blanquecino, que según ellos lanzaba quejidos que estremecían el alma.

El lugar fue popularmente bautizado como el cerro de la Monja, y todos cuantos conocían el origen de su nombre evitaron volver a transitarlo por el resto de sus días.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net