José Galán y Pilar Gámez hace tiempo que se despiertan con un nudo de angustia en el estómago. Padres de cinco hijos, dos de ellos independizados, hace seis años que vinieron a vivir a Córdoba, ciudad natal de ella, desde Barcelona, donde ambos han crecido y vivido durante toda una vida. "Nos vinimos un poco antes de que empezara la crisis porque mis dos hijos de 26 y 24 años y yo nos quedamos en el paro y pensamos que en una ciudad más pequeña habría más posibilidades, pero no fue así", explica José. Sin contrato de trabajo y sin empadronamiento, les fue difícil encontrar un alquiler. "Los primeros meses, estuvimos en un hostal, en la parcela de un conocido y en el albergue de transeúntes", explica Pilar, "después mi marido empezó en la construcción y mis hijos, que son muy trabajadores, encontraron un empleo, uno como pintor y otro como camarero, y pudimos alquilar un piso". Pero la alegría dura poco en la casa del pobre. La burbuja inmobiliaria acabó de explotar en Córdoba y todos volvieron al paro. Desde entonces, todo han sido malas noticias. Primero se acabaron las prestaciones, luego el salario social y ahora, sin ingresos ni ahorros, están desesperados porque el dueño del piso que alquilan en el Sector Sur, al que deben unos 1.200 euros en atrasos, les ha mandado un aviso para que se vayan el próximo 10 de agosto. "No queremos causarle problemas, pero no tenemos adónde ir".

En tal situación, "es imposible no caer en la depresión", coinciden José y Pilar, que aún tienen un hijo menor, de diez años. "El es nuestra mayor preocupación, sobre todo, cuando abres el frigorífico para darle de comer y no hay nada", relatan. José, que está en tratamiento con ansiolíticos, añade: "Nunca pensé que estaría en esta situación. Dicen que el dinero no da la felicidad, pero si yo o alguno de mis hijos encontráramos un trabajo (674 588 383) y una casa donde vivir mañana, se acababa la depresión". El día a día es "muy deprimente", afirma Pilar, "te pasas la noche en vela pensando y luego te levantas porque no te queda otra, pero es muy duro". Desde por la mañana, los dos recorren la ciudad pidiendo comida en las parroquias, en Cruz Roja, buscando trabajo y arreglando papeles, "porque para pedir una vivienda social, una ayuda, para que te atienda la asistenta... te piden todo tipo de papeles". Los dos, y sobre todo José, que se arrepiente de haber dejado Barcelona, recuerdan con nostalgia sus días felices. "Supongo que allí tampoco habrá trabajo, pero echo de menos pasar el domingo en la playa, que es gratis, con los niños y unos bocadillos. Aquí, en seis años, no hemos pisado una piscina". La necesidad de mantener la calma ante los hijos hace que la procesión vaya por dentro. "Ayer me puse a llorar después de mucho tiempo aguantando, me desahogué con una mujer de Stop Desahucios", dice Pilar, que al igual que José, no puede contar con la familia para salir de la situación.