Si está leyendo estas líneas es posible que crea que no es cierto que el hombre llegó a pisar la Luna. O, quizá, picado por la curiosidad, busque en este artículo el argumento definitivo que lo lleve a creer en una de las dos versiones de la historia. La oficial, que tres astronautas estadounidenses lograron con éxito posarse sobre la superficie lunar y dar los primeros pasos fuera del planeta Tierra. O la extraoficial, que plantea que todo aquello no fue más que un montaje en un plató cinematográfico. Sea como sea, el mero hecho de que sepa que existe este debate es un síntoma de nuestros tiempos.

Antes de seguir con esta discusión es importante zanjar el debate. No hay ninguna duda de que el alunizaje ocurrió de verdad. La misión necesitó a más de 400.000 técnicos y una amplia red de infraestructuras que ahora pueden ejercer de testigos. La hazaña fue televisada en directo ante unos 600.000 espectadores. Y, por si fuera poco, también existen pruebas independientes que demuestran que, efectivamente, todo ocurrió tal y como se vio. Las pruebas de la conspiración, en cambio, han resultado ser inconsistentes y fáciles de desmontar. De hecho, el físico y divulgador Eugenio Fernández Aguilar incluso elimina el término prueba o argumento para definir estas «ideas conspiranoicas» sin ninguna base lógica.

¿Entonces por qué la bandera estadounidense ondeaba si en la Luna no hay viento? Por el efecto de las arrugas. ¿Por qué no se ve ninguna estrella? Por la exposición de la fotografía. ¿Y qué pasa con las sombras que aparecen y desaparecen? Solo hace falta prestar un poco de atención para seguir su recorrido. La mayoría de las evidencias que presentan los negacionistas del alunizaje pueden desmontarse con «un poquito de física», tal y como demuestra Fernández Aguilar en La conspiración lunar, ¡vaya timo! (Editorial Laetoli, 2009), libro en el que desmonta hasta 50 hipótesis conspiranoicas. Pero si aún así decide creer en ello es porque las teorías de la conspiración se han convertido en una cuestión casi ideológica. Si cree que todo es un complot, cualquier contraargumento puede encajar en la trama. Y contra eso es más difícil luchar.

Apelar a la emoción

«Las teorías de la conspiración no aspiran a parecer ciertas; quieren resultar extraordinarias, sorprendentes, apasionantes. La verdad no importa si la mentira parece convincente», reflexiona Javier Armentia, astrofísico y comunicador científico. «En cierto modo, creer en teorías de la conspiración te hace sentir superior ya que estás más allá de lo que cree la mayoría de la gente. Este tipo de especulaciones conquistan porque no apelan a la lógica, sino a las emociones. A una cuestión mítica y fantástica que suena mucho más interesante que la verdad», añade el divulgador.

El negacionismo lunar, de hecho, encaja en el concepto de posverdad y las fake news. Los planteamientos conspiranoicos apelan a emociones y creencias personales para moldear una falsa realidad. Los datos objetivos pierden gran parte de su peso si son enfrentados a algo que, a priori, pueda resultar más sorprendente. Algunos estudios sobre la difusión de las noticias falsas sugieren que estas se viralizan más rápido ya que suscitan emociones más fuertes e instantáneas. Las historias verdaderas, en cambio, al tener que enfrentarse con la realidad, dan lugar a reacciones más moderadas.

La clave para evitar la proliferación de teorías falsas como la conspiración lunar sería, ante todo, el pensamiento crítico. Es decir, prestar atención a cualquier información susceptible de ser falsa; poner en duda todos aquellos datos demasiado sensacionalistas para ser ciertos y, ante cualquier sospecha, buscar pruebas que respalden o desmientan cada una de las premisas. Pero ¿no es este el mismo razonamiento que podría seguir alguien que cree en las conspiraciones lunares? ¿Es que acaso la enfermedad es la misma que el remedio?

Espiral de desconfianza

«Es un error pensar que el mismo proceso crítico puede llevarte a dos conclusiones completamente distintas», matiza Luis Alfonso Gámez, periodista científico y miembro de Círculo Escéptico. «Las conspiraciones se caracterizan por manipular una serie de datos para llevarte a una falsa conclusión. Esto no tiene nada que ver con la actitud crítica de pedir pruebas para comprobar si una información es cierta o no», prosigue.

En este sentido, Gámez, quien desde hace años imparte cursos sobre todo tipo de conspiraciones y seudociencias, argumenta que el gran riesgo del proceso crítico mal entendido es entrar en una espiral de desconfianza en la que se cuestiona por sistema la validez de la información oficial.

Volviendo al gran tema de la conspiración lunar, es innegable que hoy en día este tipo de teorías han encontrado en las redes sociales el caldo de cultivo perfecto para su expansión. Hace unos días, The New York Times publicó un artículo en el que argumentaba que el negacionismo del alunizaje había caído en manos de una nueva generación de youtubers que daban difusión al contenido de manera frívola. Conspiraciones a cambio de visitas, clics y popularidad.

Lo cierto es que, en su día, tras el despegue de la carrera espacial y el éxito de la misión Apolo 11, eran muy pocos los que desconfiaban de estos resultados. Los planteamientos conspiranoicos, de hecho, surgieron décadas más tarde a partir de la publicación de libros y documentales sobre la cuestión. Todas las teorías planteadas fueron rápidamente rebatidas por expertos. Aun así, el mito persiste hasta nuestros días creando un falso debate entre quienes creen que sí se llegó a la Luna y los que lo niegan rotundamente. Aunque, en realidad, el debate sea inexistente.