Aunque todos sabéis a lo que me dedico profesionalmente, llevo ligado al voleibol desde que tenía 12 años. Como jugador, como entrenador, e incluso como delegado de la Federación Andaluza en Córdoba durante un tiempo. Es decir, algo sé del asunto del que os voy a escribir. Este deporte me apasiona, tanto que incluso en algunas ocasiones me he dejado abofetear por algunas y algunos que creía a mi lado (pero esto es una cuestión vital y no exclusivamente deportiva). Ahora, después de algún tiempo alejado para tomarme un respiro necesario, he vuelto a la cancha. Siempre se vuelve a aquello que siempre se ama. Pero termino este año y comienzo el nuevo con un cierto regusto amargo después de haber leído en las páginas de otro diario un artículo dedicado a nuestro deporte en el que este no sale, desde luego, muy bien parado.

Todos los que amamos a este deporte, y los que no también, sabemos que desde hace algunos años no pasa por sus mejores momentos. Ni en el terreno de éxitos deportivos a nivel internacional, ni el terreno económico. Incluso descendiendo a nuestra ciudad, el declive ha sido evidente, si hablamos de élite deportiva, porque hasta mediados de la primera década de este siglo tuvimos un par de equipos femeninos que saborearon las mieles del éxito participando durante algunas temporadas de la máxima categoría nacional. Y no me voy a parar, aunque muchos lo tendréis en la memoria, en la cantidad de personas, de equipos masculinos y femeninos y de proyectos que se generaron en Córdoba en torno a este deporte durante las tres últimas décadas del siglo pasado. Ahora, es cierto y no lo vamos a negar, existen muchos equipos en la base, es un deporte casi exclusivamente, por no decir lo contrario, femenino y lo mismo se puede decir si esta situación la trasplantamos a nivel nacional. Eso sí, aunque se afirme con cierta rotundidad desde la Federación Española que no se pretende que este deporte se convierta en España en un deporte únicamente practicado por mujeres, debemos agradecer que son ellas precisamente quienes actualmente lo sostienen.

Esta es, lamentablemente, la situación. Apenas existimos a nivel mediático, económicamente es penosa no solo la situación de las jugadoras y jugadores de élite, sino también la de las entrenadoras y entrenadores. Se cuentan con los dedos de una mano, y no sé si me sobraría alguno, el número de patrocinadores dispuestos a arriesgar por el voleibol. Y, sin embargo (sí, sí, hay un sin embargo) y a pesar de todo, sigue siendo el deporte que genera más licencias deportivas no solo en España sino en todo el mundo. Algo tiene que tener el voleibol que genera pasión más allá de la tele, más allá de contratos millonarios, más allá de las firmas de autógrafos y camisetas. Algo tiene que haber más allá de todo eso. Y lo hay. A veces me pregunto qué sería del fútbol o del basket sin contar con tanta presencia en los medios. A veces me pregunto qué sería de un Cristiano o de un Messi si cobraran lo mismo que un Ángel Trinidad o un Jorge Fernández. Y aún más veces me pregunto por qué si los cuatro mencionados, entre tantos cientos de estas modalidades deportivas y de otras mayores y las consideradas menores, se entregan con la misma pasión y dedicación, no poseen el mismo reconocimiento. No lo entiendo, esa es la verdad.

Hace unos días volví a Sevilla, a Dos Hermanas en concreto, que es el lugar más cercano en el que actualmente puedo ver voleibol en la categoría de superliga femenina. Allí me reencontré con el entrenador Magú, incansable a pesar de las dificultades mencionadas, me reencontré con mi seleccionador nacional Pepe Díaz, digo mío porque es el de mi época de jugador; me reencontré con viejos amigos e incluso con Alejandra Fernández, joven cordobesa que ya milita en la máxima competición. Al verlos recordé lo que me sigue uniendo a este deporte: la pasión y solo la pasión. Mientras esta se mantenga, y seguro que se mantiene, todo lo demás llegará.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea