Hoy llega la silueta de Juan el Bautista como personaje de este tiempo de Adviento que vive la liturgia de la Iglesia, preparando la Navidad. Se presenta ante nosotros como «una voz que clama en el desierto», con una misión concreta y definida: «Abrir rutas, aplanar caminos, allanar montañas». Juan tiene el aire de un «rebelde incoformista»: No sigue el oficio sacerdotal de su padre, Zacarías, sino que se marcha al desierto para predicar «un bautismo de penitencia y conversión». Juan está fuera de la ciudad, en el desierto, símbolo de la soledad y de la pobreza necesarias para el encuentro personal con Dios. Desde ahí habla el profeta a una sociedad donde unos se encaraman y se creen más que los demás, mientras otros quedan hundidos en el barranco. Es necesario allanar el suelo para caminar juntos. Juan nos invita a preparar los caminos del Señor: «Que lo torcido se enderece». Las desigualdades sociales no surgen por casualidad: son fruto de un corazón torcido que de algún modo todos llevamos dentro. Si no saneamos ese corazón una y otra vez, en política, economía e incluso en el ámbito religioso, surgirán falsos mesianismos que tienen los pies de barro. Fácilmente los proyectos utópicos más prometedores caen por los suelos y se pueden volver contra sus inventores porque su punto de partida y su objetivo estaban ya dañados por la fiebre posesiva que acaba generando ese individualismo de muerte. El Bautista nos ofrece la silueta de un verdadero profeta. Hace muchos años, un obispo que pastoreó tierras andaluzas, decía que «el primer criterio para saber si quien nos habla lo hace verdaderamente en nombre de Dios es la humildad. Profeta altanero e impaciente, profeta falso. El verdadero profeta es siempre humilde y capaz de soportar con paciencia y sin amargura todas las contradicciones». Una sugerencia final: La Palabra de Dios y el mesianismo liberador no vienen de los palacios donde se cultiva el poder, el lujo, las apariencias sociales y otros absolutos que falsean la verdad del ser humano. La Palabra solo se escucha en la soledad y en el suave rumor del desierto, cuando mujeres y hombres, saliendo de la superficialidad y la rutina en que se ven atrapados, piensan en serio y tratan de ser ellos mismos, escuchando como Elías en el monte Horeb, la tenue voz del silencio que dejan la presencia y el paso de Dios en el mundo. En la persona de Juan el Bautista destacan su autenticidad, su valentía y también su humildad, su falta de protagonismo, su desprendimiento, su capacidad para atraer a la gente, su liderazgo y su prestigio moral. Hoy se nos propone como modelo del nuevo profetismo, ya que esta hora necesita «voces que clamen en el desierto», no tanto con palabras y gritos como con testimonios clamorosos para construir así un mundo mejor, por más humano y por más cristiano. En medio del «desierto espiritual» de la sociedad moderna, la comunidad de los creyentes debe inyectar su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas. Es la hora de los profetas audaces, precursores del Mesías.

* Sacerdote y periodista