Si hay un sector al que la pandemia del covid-19 le afecta de lleno es, sin duda, el sector turístico. Para demostrarlo, basta con manejar algunos datos. En los últimos tres ejercicios, para cuando empieza la temporada alta, es decir, allá por finales de marzo, España había recibido ya la friolera de 14 millones de turistas. En condiciones normales, en abril recibíamos 7 millones y en mayo unos 8 millones. Luego, llegaban los meses fuertes de verano, con 9 millones para los meses de junio y septiembre y 10 millones para los de julio y agosto, para cerrar la temporada en octubre con otros 7 millones. El pasado año, en los siete meses centrales del año, pisaron España casi 60,5 millones de turistas, lo que supone que, en la temporada alta, recibimos el 72% del total. Y es que, a pesar de todos los discursos y esfuerzos por vender otro turismo, el que vendemos, en el que nos hemos especializado desde hace sesenta años, porque tenemos ventajas competitivas, es el de sol y playa. Es cierto que lo vamos combinando con otro turismo (cultural o patrimonial), pero la capacidad instalada que tenemos nos lleva también a fomentar este tipo de turismo.

La pregunta este año es cuántos millones de turistas van a venir en total, cómo va a ser la temporada. Y la respuesta es desoladora, pues a fecha de hoy, a finales de junio, el número de turistas que hemos recibido no llega a los 10,6 millones, o lo que es lo mismo, hemos hoy hemos recibido 27 millones de turistas menos que el año pasado. Basta con hacer distintas hipótesis sobre las razones de las venidas de los turistas (bien porque tienen casa en España, bien porque en sus países las restricciones son mayores, bien porque los precios son más baratos, etc.) para que podamos calcular el desastre que está viviendo el sector turístico: a finales de año, según distintas simulaciones (y con no pocas incertidumbres respecto a la pandemia), habremos recibido entre 20 y 23 millones de turistas, o sea, entre un 24 y un 30% de los dos últimos años. Es decir, que habremos perdido entre 57 y 60 millones de turistas, yéndonos a números de principios de los 70.

Las consecuencias de esta caída en el número de visitantes extranjeros están siendo también importantes. Por una parte, el mercado laboral de las provincias con costas acusará un incremento del paro, al tiempo que todo el mecanismo de generación de rentas se vendrá abajo: menor consumo de alimentación, transporte, hostelería, ocio, etc. Pero también, menor recaudación por IVA, Cotizaciones sociales o Impuestos Especiales (alcohol, derivados del petróleo) y mayor gasto en ERTE y subsidio de desempleo. Y, finalmente, menores ingresos exteriores, lo que desequilibrará la balanza de pagos, pues nuestro saldo comercial (y es una vieja tradición de la economía española) se suele equilibrar con el saldo del turismo. Nuestra extrema dependencia de turismo nos pasará factura, como nos pasó factura el exceso de construcción en su momento.

La pregunta, entonces, ¿qué hacer? ¿Deberíamos hacer todo lo posible para salvar al sector y volver a la cifra de los 80 millones de turistas cuanto antes? ¿O es el momento de plantearse una reconversión, reduciendo la oferta instalada, saneando el tejido empresarial turístico y reequilibrando su peso dentro de nuestra economía? ¿Debemos mirar en el corto plazo para salir de esta situación lo antes posible o debemos mirar más allá y aprovechar la situación para hacer una reordenación?

En mi opinión, y sé que lo que escribo suena a herejía, sería el momento de elaborar un plan de reordenación del sector turístico, porque la dependencia del turismo de sol y playa tiene como contrapartidas un mercado de trabajo precario, rentas ocultas y escaso valor añadido. Alguien dirá que no son tiempos para plantear esto, pero la pregunta es, ¿cuándo si no nos lo vamos a plantear?

* Profesor de Polìtica Económica. Universidad Loyola Andalucía