Uno de los vicios estructurales que de buen agrado tolera este país es la amortización de lo invisible. Y aquí se entiende por invisible aquella casuística supuestamente superada o que, en cualquier caso, no entra en la prelación de preocupaciones de los gobernantes. No hay nada como hacer la propia causa como insostenible para desembarazarse de otras cuestiones incómodas que rivalicen en el protagonismo mediático y político. Y aquí hay que descubrirse ante el sostenello de los nacionalistas recalcitrantes, que eternizan su pole position, sea quien sea el inquilino de la Moncloa.

La sanidad es una de las temáticas postergadas, agraviada por ese emponzoñado escudo de armas que al mismo tiempo adula, alela y debilita: Lo que funciona, no existe. El agro es otro. Para muchos que se erigen en gurús del pensamiento político, el campo dejó de ser vanguardia cuando el ser humano pasó de cazador a recolector. Le pirran las historias del creciente fértil, pero aunque se lo calle por un puñado de votos, la marmita de las causas revolucionarias se cuece desde hace siglos en la ciudad. Esta genética urbanita se amolda mejor a la acampada en la Puerta del Sol, aunque apoya con fraternal condescendencia las extravagancias de Marinaleda; o condena con la boca chica ese terror en el supermercado de jornaleros ninguneando los códigos de barras de las cajeras. La mano negra inspira el inofensivo pavor de los daguerrotipos, a lo que se suma un sutilísimo ajuste de cuentas de la causa republicana: Fue el campo el que vanamente dio resuello a Alfonso XIII en las elecciones del 31. Ese estigma todavía está presente cuando predomina la transversalidad de las demandas del sector agrario.

Quizá tácticamente no haya sido la mejor opción arrancar las movilizaciones justo después del aumento del salario mínimo. Ello propicia una literatura de conexiones de sentido, la boina descubierta ante el señorito, las tribulaciones de Azarías y Paco el «bajo» ante los desmanes de los terratenientes. Es cierto que queda mucha liturgia de Escopeta Nacional, pero que los precios en origen del aceite se mantengan casi impertérritos desde hace una miaja de años; que los distribuidores se lleven enésimamente la parte del león; o que la imputación de mayores costes no puede solventarse por arte de birbibirloque deja rendijas para un entendimiento sin castas. Al ministro Planas se le van a multiplicar las funciones de apagafuegos, por muchos que las primacías identitarias insistan en otorgarle a este sector estratégico un carácter secundón. Llegarán las dudas a los payeses tractoristas, aquellos que cogieron sus maquinarias creyendo que la benemérita eran los sioux en el referéndum. En sus adentros, tendrán que sopesar si quieren más a papá o mamá. Y, que uno recuerde, Hera era la diosa de la tierra.

* Abogado