Después de tan sesudas y costosas campañas para mejorar la imagen de España en el extranjero, los arquitectos estrella para los pabellones internacionales, Calatrava y sus puentes, un Tapies o un Miró en los despachos oficiales, los cocineros hablando como filósofos, los Premios Princesa de Asturias (esos que solo les conceden a extranjeros), Almodóvar y Placido Domingo... Después de tanto todo, la imagen de España en el exterior sigue siendo: turismo, fútbol y toros. El barómetro del Instituto El Cano, presentado esta semana en Madrid sobre este asunto, destaca que los países más lejanos a nosotros nos identifican con los toros y el fútbol, mientras que los europeos nos valoran como destino turístico. En general, nos otorgan un notable excepto Japón que nos da un simple aprobado. Y ante esta foto fija y tópica, esta mancha que no se limpia de toros, turismo y fútbol, ¿dónde hay más autenticidad, en la imagen que vemos cuando nos miramos al espejo, o la que tiene de nosotros el camarero donde tomamos café? ¿A quién creer, al exministro Margallo cuando se inventó la marca España o a Mariano Rajoy cuando dijo que «la cerámica de Talavera no es cosa menor, dicho de otra manera: es cosa mayor». ¿Qué hacer? ¿Cómo convencemos a los guiris de que España es mucho más que turismo de playa y chiringuito, Ronaldo y Messi, cabestros y borracheras a destajo. Si queremos corregir esa imagen costumbrista que hoy nos ofende y no nos gusta -ni tampoco se ajusta del todo a la realidad- comencemos por los telediarios, que se consumen entre una parte de politiqueo, otra de sucesos y una tercera parte de fútbol, bueno, de chismes entre el Madrid y el Barcelona. Sigamos luego por hacer de la lectura comprensiva y comentada una asignatura obligatoria en la escuela, ya que en las casas tan poquísimos leen. Cultivemos en ellos para que dejen huella la palabra de los «príncipes del pensamiento» (que decía Quevedo) y no esos cocineros que están todo el día en la tele echándole broncas a los niñitos que deberían estar escuchando a Mozart en lugar de jugar a ser unos cocinillas. Y donde digo Mozart, quiero decir acudir con los padres o con sus maestros a una exposición, visitar un museo de su ciudad, la catedral, ir a Doñana, a la desembocadura del Guadiana... En fin, sembremos en los jóvenes la curiosidad, el deseo de saber, de conocer la tierra que pisamos, los árboles que nos dan sombra o la historia de nuestra ciudad. Cultura al fin, ser cultos para ser libres, libres de pensamiento y con criterio para elegir otros modelos que no sean los ridículos personajillos que solo tienen dinero y tatuajes hasta en el paladar. ¿Qué hacer? Ser coherentes.

* Periodista