Las cosas absurdas y que no tienen explicación son, por definición, contrarias a la inteligencia o conocimiento con el que se ejecutan la mayoría de las cosas. Esas cosas que se pretenden realizar, saliéndose del sentido común, son los sinsentidos. En España nos hemos acostumbrado, peligrosamente, a proponer cosas que insultan al entendimiento y a la razón en cuanto que son pilares incontestables para discernir las cosas; es decir, nos hemos familiarizado con los sinsentidos y ya consideramos normal convivir con ellos como la cosa más natural del mundo.

La estulticia política nos está llevando por unos derroteros escarpados donde a la razón y al sentido común les cuesta mucho trabajo transitar. Se comenzó admitiendo los puntapiés al lenguaje, denigrando el valor gramatical de los géneros masculino, femenino y neutro: piloto-pilota; albañil-albañila; general-generala; coronel-coronela; habitantes-habitantas; llegando, incluso, a proponer portavoz-portavoza cuando se sabe que el sustantivo «voz» ya es, en sí mismo, del género femenino: no se dice «el voz» sino «la voz». Con los gentilicios ocurrió tres cuartos de lo mismo: conquenses-conquensas; los de Cabezo de Monleón, cabezón-cabezonas y algunos más cuyas eufonías de género, además de insultar a la inteligencia, suenan fatal al oído. Se continuó tolerando llamar «matrimonio» a la unión de personas del mismo sexo, rompiendo así la significación que vincula la estabilidad entre un varón y una mujer en orden a la procreación, el bien de la prole y el mutuo auxilio entre sexos diferentes y complementarios.

La última tontería es la «diseñada» por Córdoba Laica sobre una denominada «Acogida Ciudadana», que supone un «recibimiento» al que nazca por parte de la comunidad cordobesa, sin tener en cuenta que esa «recepción» ya se hace por cada familia del modo que mejor pueda y le plazca.

Pese a que Córdoba Laica ya ha comunicado que esta propuesta de moción «nada tiene que ver con ningún tipo de bautismo», no es menos cierto que las personas que llegan a la sociedad cordobesa, tras acceder a través del umbral uterino, ya lo hacen con la plenitud de sus derechos reconocidos e investidas, de hecho y de derecho, con todas las prerrogativas legales que le otorga «su ciudadanía cordobesa». Por tanto, todo lo que sea incidir en hacer normal lo que, a todas luces, es extraño, raro y extravagante es indisponer al más común de los sentidos con el imprescindible raciocinio, necesario para desarrollar la actividad política, que, en definitiva, no es más que la búsqueda, sin paliativos, del bien común. Es decir, llamándolo muy prudentemente, es una solemne tontería.

Yo le diría a Córdoba Laica, desde el más profundo respeto, que deje de proponer iniciativas que, lejos de parecer que ofrecen un ámbito de libertad, coartan la facultad natural que tienen los ciudadanos de obrar de la forma que les convenga, siempre que no se opongan a las leyes vigentes y a la observancia de las buenas costumbres. Córdoba Laica no debe olvidar que la Real Academia Española tiene una décima acepción del sustantivo libertad, que dice: «Exención de etiquetas».

La proposición de Ganemos pretendía que los que nacieran no trajeran el ancestral «pan debajo del brazo» sino un carnet, una etiqueta que, por sí misma, ya limita y restringe la libertad puesto que la predispone a favor de una corriente ideológica determinadamente concreta.

Pero lo más grave es que Córdoba Laica demanda al Ayuntamiento cordobés «que potencie el espíritu comunitario», como si el Consistorio tuviese que «comunicar potencia a una cosa o incrementar la que ya tiene» (RAE). Nada de eso, ni mucho menos. Aquí cada cual se «potencia» a sí mismo sin que las instituciones tengan que intervenir en ese proceso tan propio como particular.

Hay que aplaudir la reacción de las demás formaciones políticas en el Consistorio al no acceder a esta proposición: Primero, se propone; después, se impone, y, por último, la proposición se erige como dogma fundamental e insoslayable. Un procedimiento político que ya va teniendo, por archiconocido, fecha de caducidad.

Escribió mi admirado profesor Aranguren: «El espíritu de lucha religiosa se ha fundamentado en una teología maniquea de oposición irreductible entre el bien y el mal». ¿Es este el espíritu que quiere potenciar Córdoba Laica buscando la complicidad del Ayuntamiento o, lo que es lo mismo, con la connivencia y participación de «todos» los cordobeses? Simplemente, impresentable.

* Gerente de empresa