La sonrisa de cera de Susana Díaz tiene un poso amargo de verdad petrolífera, un marasmo turbio de evidencia científica. ¿Qué me vais a contar, si yo he ganado las elecciones? Pero la rueda de prensa del viernes no estaba destinada a los periodistas, sino a la sede de Ferraz. José Luis Ábalos, como secretario de Organización del PSOE, marca la puerta de la dimisión para Susana Díaz: un camino lleno de cardos borriqueros, bajo unos pies que siempre han parecido acostumbrados al calzado cómodo y a los senderos blandos. Sin embargo, ahora toca el callo duro de la realidad, porque Pedro Sánchez ha decidido que el cambio de ciclo andaluz y la renovación del partido nacional pasan por una sola persona: él mismo. Renovación, regeneración, un tiempo nuevo y todas esas mandangas que se sueltan cuando no se tiene nada cierto y definitivo que decir. Porque con Susana Díaz, de haber sacado un resultado ganador --esto es, una mayoría para gobernar--, habría pasado en Ferraz lo mismo que ha sucedido en Génova entre Pablo Casado y Juan Manuel Moreno: el romance instantáneo. El propio Casado se había desvinculado más o menos diplomáticamente del devenir de Moreno, entre otras cosas, porque no había sido él quien había confiado en su horizonte andaluz. Ahora, cuando pueden recorrerlo sobre el lomo ardoroso y rugiente de su pacto con Ciudadanos y Vox, todo es unión y familiaridad, porque las victorias unen más que las derrotas cuando no hay un proyecto verdaderamente compartido. En el caso opuesto se encuentra Susana Díaz, que ha caído con todo su peso de plomo, acumulado en años de sistema desde el primer cartel electoral que colocó en un muro de Sevilla, hasta esta última rueda de prensa que seguramente no será la última. Porque al igual que Santiago Abascal, que sale en Instagram en montajes humorísticos sobre el caballo del Cid o a lomos de un tiranosaurio con el rostro escamoso de Franco, Susana Díaz solo ha trabajado en la política, que es como decir que nunca ha trabajado fuera de su partido. Ha cubierto los ciclos con holgura, pasando por Chaves y Griñán, y hasta recibió una llamada del Rey Juan Carlos animándola a presentarse como candidata a las generales, porque el país necesitaba un repaso del viejo socialismo felipista. Por eso ahora, que ha caído, se hace leña con ella. Y quien siempre se interpuso entre la gloria y ella, más por acción que por omisión, ha sido Pedro Sánchez.

Estas elecciones las ha ganado Susana Díaz pero también, solo en parte, las ha perdido ella, porque su campaña electoral ha sido tan entusiasta como las reseñas literarias de los críticos que pasan de hincar el diente a la novela y apenas se contentan con rescribir el texto de la contraportada. De esto siempre ha habido mucho: copiar y pegar, un poco de aliño por aquí y por allá, un par de citas y a contar caracteres. Lo que pasa es que el aliño de Susana ha sido hablar de Vox, y ahí le ha salido el tiro por la falta de imaginación. En eso siguen algunos, dando publicidad gratuita al único partido que parece existir, mientras en Vox se frotan las manos recién venidas de la cacería. Sin embargo, ha habido una gran injusticia con Susana Díaz, una injusticia que tiene mucho que ver con lo que está pasando en España y con las mañas de Sánchez para llegar y mantenerse en el poder. Porque resulta que lo que se ha penalizado a Susana Díaz en Andalucía, y ha subido espectacularmente a Ciudadanos y Vox --no olvidemos que Moreno Bonilla ha sacado la mitad de los votos que llegó a lograr Javier Arenas, y que gobernará gracias a los otros--, no ha sido su gobierno, ni el escándalo de los ERE, ni el desinterés generado por su abúlica campaña, sino la gestión de la crisis secesionista en Cataluña por el PSOE de Sánchez, que no es el mismo PSOE de Susana Díaz. O sea: que los mismos que la han bombardeado desde dentro, los mismos que han generado ese voto de castigo al PSOE por el pacto con el independentismo y los paños calientes con el procés, esto es, Pedro Sánchez y su cúpula, son los que exigen ahora que salga de la escena por haber perdido las elecciones. Y claro, hay en esto algo de clara indignidad, de estrategia sibilina y juego no muy limpio, embozado dentro de su oportunismo, que es como se contempla hoy la política desde varios de sus protagonistas. Un acecho suave, con su garra implacable.

Parece que Susana Díaz si resiste pierde, o acabará perdiendo. Pero nunca se sabe: ahí tenemos a Sánchez, combatiendo al franquismo y de viaje entusiasta por el mundo.

* Escritor