A algunos, por ejemplo, a un servidor hasta hace poco, eso del Fornite, les sonaba a chino, pero a quién no solo no le suena a mandarín, sino que comienza a ser un ente más de la familia, es a muchos padres y madres que tienen que lidiar con uno de los juegos más altamente adictivos que hay en el mercado. Y no es que lo digamos los que no lo sabemos, sino sesudos participantes en una conferencia organizada recientemente por la Universidad de las Islas Baleares. El motivo fundamental de llevar un videojuego con nombres y apellidos a un foro universitario no es ni más ni menos porque cada vez hay más chavales adictos a dicho videojuego y su padres y madres desesperados buscan ayuda para paliar esta adicción. Dicho de otra forma, las consultas de los psicólogos comienzan a llenarse de estos chicos de entre once y 18 años con todos los síntomas de una grave adicción, entre ellos el fracaso escolar. Según señala una de las psicólogas ponentes se han dado casos extremos de obesidad y hasta callos en los dedos, pues es un juego que te induce a jugar más y más hasta producirse incluso casos de epilepsia. Y de qué va el juego, pues de algo surrealista. Cien personas caen en una isla desde un autobús volador, y solo puede quedar una: los jugadores deben matarse entre sí en 20 minutos. Por supuesto, el juego te felicita constantemente por el número de «asesinatos». Aunque echarle la culpa de todo este marasmo al juego sería obviar la mayor: el tiempo que pasa un niño delante del Fornite. Aquí es dónde radica una de las verdaderas cuestiones pues si un niño se engancha, detrás puede estar un padre o una madre que permite que su hijo se aísle del mundo por horas y se introduzca en otro mundo nocivo y virtual. Está claro que la solución comienza en comprometerse con el tiempo positivo de niños y niñas.

* Mediador y coach