Sin tiempo ni distancia resulta imposible acometer con un mínimo de objetividad cualquier retrato biográfico de un coetáneo. Pese a ello, y dadas las escasas pretensiones de estas líneas volanderas, razones de variada índole impulsan al anciano cronista a embarcarse con plena conciencia de su infirmidad en una aventura de tal sesgo. Andando los días, es seguro que futuros historiadores de la medicina y aún de la misma evolución de la ciudad califal acometan la empresa con mayores garantías de éxito que la presente.

En el atristado verano de 2020 el Dr. D. Juan Ballesteros Rodríguez anunció su jubilación del oficio galénico, servido con diligencia y saberes de difícil comparación durante casi medio siglo en una Córdoba que siempre ha tenido como presea refulgente en su dilatada trayectoria el cultivo en grado de excelencia de la ciencia hipocrática. Incluso en las muchas etapas de decadencia registradas en ella tras la época áurea de los Omeyas, siempre existió una eminencia galénica que, al ceder la antorcha luminosa, aseguró la permanencia y vitalidad de una tradición ejemplar y referencial. Su respetable pero muy terebrante decisión para los centenares de sus pacientes, solo cabe ser entendida desde los parámetros de la retirada, nunca de los de la jubilación. Un profesional de su naturaleza e historial jamás abandona sus señas de identidad más profundas, que no admiten, hasta la llegada de la Parca, la renuncia. Ahora, en el otoño de su admirable vida, la entrega a su segunda vocación -la escritura- deparará, a buen seguro, a sus acezantes lectores las muchas enseñanzas que un médico humanista de su estirpe ha atesorado en una andadura presidida por el amor desbordado a su profesión y el conocimiento de algunos seres de excepcional calidad intelectual y universitaria. Entre ellos, y en lugar saliente, la de su maestro el Dr. D. Eduardo Zamora Madaria, al que profesa una devoción que, si las hondas convicciones del Dr. Ballesteros lo permitiesen, frisarían el culto hispostático...

Es fácil, sin embargo, imaginar, a tenor de la rocosa gratitud hacia sus maestros universitarios, que haya encetado ya una amplia monografía acerca de un capítulo irisdiscente de la Córdoba de la Transición. En una ciudad tan imantada por la escisión y el disenso, en la que hasta empresas como el estudio y revalorización de la Mezquita como monumento internacional se cuartean en sus cimientos por el sectarismo y la estolidez, un trabajo solvente en punto al desarrollo de una organización asistencial verdaderamente notable, teniendo como punto de partida la irradiación regional y nacional alcanzada por su escuela de descollantes «internistas» (amén, por supuesto, de otras múltiples especialidades) constituiría un firme sillar para una futura historia de una de las siete u ocho urbes que tejieron el tapiz de nuestro pasado y, en ancha medida igualmente, del occidental.

De llevar a cabo tan excitante labor, la retirada de D. Juan Ballesteros de la batalla sin fin contra el dolor, la enfermedad y la intemperie social sería incuestionablemente menos inclemente en horas en que el covid refuerza o debería reforzar los vínculos con nuestro mejor ayer y las personas que lo protagonizaron.

* Catedrático