República y democracia son conceptos etimológicamente opuestos a monarquía. El gobierno del pueblo frente a uno, el rey (malik en árabe), en el gobierno. El término monarquía parlamentaria viene a ser como madridista culé o un intento absurdo e ingenuo de conciliar lo irreconciliable; el lenguaje se deja retorcer, los conceptos no.

España es una monarquía sin apenas monárquicos en la que Franco reinstauró ilegítimamente una dinastía saltándose, además, un eslabón. Pasados los años la monarquía se consolida porque nunca es el momento de debatirla, cuando no era el terrorismo fue el ruido de sables, cuando no fue la crisis del 2007 lo fue la del 93 y en los períodos intercrisis el pueblo necesita disfrutar y lo último que haría sería cuestionar la Jefatura del Estado. Los republicanos juancarlistas lo son ahora felipistas; un reputado periodista de centro izquierda comentó recientemente en un debate en el Círculo de la Amistad que si Juan Carlos I hubiera durado un mes hubiera acabado con la monarquía y se confesó felipista militante. Es cierto que a Felipe VI le han venido paradójicamente bien los errores de su padre y los de su hermano político. El hecho de no casarse con una princesa de una casa real europea entiendo que le resta potencia dinástica pero, por el contrario, le puede proporcionar arraigo popular porque Leticia Ortiz no va a cometer un solo error; su perfeccionismo provocará envidias pero no cabe duda de que se trata de una auténtica profesional. La formación de la futura reina de España será espectacular sin lugar a dudas. Pero a mi juicio el problema no está ahí, el problema es filosófico. Al igual que yo no heredo la cátedra de mi padre, la Jefatura del Estado no puede ser heredada bajo ningún concepto. El argumento de que Felipe VI es mejor que Juan Carlos I no es de recibo. La falacia interesada de que una monarquía es más barata que una República es de risa; en una República de austeridad guevariana (el Ché cobró a sus padres la gasolina que consumió su coche oficial durante su visita a Cuba) cobraría un sueldo el presidente pero no su mujer, sus padres ni sus hijos; tendría residencia oficial el presidente pero no sus padres ni allegados; los asesores quedarían reducidos al mínimo y, sobre todo no existiría corte. Cuentan que cuando se le otorgó el título de Duque de Suárez al expresidente se le acercó un duque y le espetó «ya eres uno de los nuestros»; Suárez le contestó con viveza «en absoluto, yo estoy al nivel de su antepasado al que premiaron por hacer algo notable en la vida».

Mi opinión es bien clara: la monarquía es un atavismo del que cualquier país democrático moderno como Francia o Alemania se desprendió tiempo atrás. Es un disparate que en democracia la Jefatura del Estado sea hereditaria, corrijámoslo.

* Médico