Pasó la marejada electoral y nos quedan las marejadillas de los encuentros y los desencuentros, de los intereses, ojalá, antes generales que partidistas. Menos mal que todos los partidos políticos, según proclaman sus dirigentes, han ganado, han aumentado sus perspectivas. Los votantes cumplimos con nuestro deber y nuestra responsabilidad, y ahora, los partidos deberán cumplir con la suya. El momento sigue siendo difícil, con grandes incógnitas como telón de fondo. Pero este es el juego político y social que nos toca contemplar desde la orilla. A los votantes, al pueblo soberano, nos queda el refugio de la palabra, mientras evocamos los versos de Blas de Otero: «Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he entregado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra». Ruyard Kipling nos hablaba del «poder de las palabras», que «son la droga más potente de la humanidad». Con nuestras palabras tendemos un puente entre nosotros mismos y el resto del mundo. Hay palabras que se convierten en bálsamo para las heridas más profundas; palabras que despiertan del letargo del desaliento; palabras que nos alientan para seguir caminando; palabras que abren horizontes de esperanza. María Zambrano nos decía que había que «salvar las palabras, porque sin ellas ninguno de nosotros se salvará». Alta misión desesperada ésta de salvar las palabras. En su obra, Hacia un saber sobre el alma (1933-1945) hace una defensa de la inspiración frente a la idea, y del amor frente al vacío. Nos queda la palabra, «ese vehículo para ser mejor lo que somos en medio de tantas instancias que luchan denodadamente para que no lo consigamos». Los políticos tendrán nuestro voto, pero jamás podrán arrebatarnos la palabra, antorcha de luz y fuego para iluminar el camino. Y señalar con urgencia los precipicios.

* Sacerdote y periodista