El obrero que el 1 de Mayo por la mañana se puso delante del vanguardista envoltorio oxidado del hotel Eurostars Palace para comenzar la manifestación que denunciaría la precariedad del mercado laboral no se dio cuenta de que estaba en el siglo XXI, una época que ha alcanzado la mayoría de edad... para caminar por la perversión. Hace algo más de un año, a un compañero le ofrecían el mismo sueldo que yo cobraba en 1981. Era la Edad Media más espeluznante la que aterrizaba con este siglo donde el pensamiento se encuentra en una pantalla de teléfono móvil, que admite casi más mentiras que verdades. Un tiempo este del siglo XXI en el que no puedes pensar un futuro para tu hijo como lo conseguiste para ti. Los estudios de Humanidades, donde el latín y el griego de la sabiduría occidental y la filosofía de los sabios que empezaron a pensar fuera de dioses y religiones es el bagaje de nuestra historia, no valen para que sus licenciados puedan dar clase en un mundo donde un mindundi que se hace llamar coach se apropia de espacios laborales. El obrero que el Primero de Mayo levantó su pancarta a los cielos para que desde donde sea se reparta igualdad para hombres y mujeres, mejor empleo, mayores salarios y pensiones dignas no sabía que vivimos en un mundo en el que la colocación y el empleo fijos son realidades de un pasado en el que la gente cotizaba para su vejez, un tiempo para el que echaba cuentas. Y donde hasta se podían comprar pisos. Ahora el alquiler, sobre todo en las grandes ciudades, es una suma de impedimentos para conseguir la alegría de vivir. Debe ser que el siglo XXI ya no considera la desigualdad como una injusticia porque aparte de los manifestantes el turismo se incrustraba en todos los recodos de Córdoba y las cruces, los patios, los bares y restaurantes eran lo esperado en este tiempo en el que los dueños de la hostelería cuadruplican su sueldo con el de un empleado, que pierde cada día poder adquisitivo. El Primero de Mayo, el día internacional de los trabajadores, es una rotundidad histórica que debe hacer pensar a quien se sienta todavía persona y crea que el cielo y el infierno están en la tierra. Me paró por la calle un amigo, que paseaba a su perro. Empezamos a divagar sobre este tiempo tan dispar al del comienzo de la transición. Pero concluyó con algo que yo no había pensado para estos tiempos donde los hijos ya no cotizan para la vejez. «Manolo, ya no hay trabajo del bueno, al que hemos estado acostumbrados toda la vida. Ahora hay que estudiar FP (Formación Profesional), y aprender y perfeccionar esos oficios que nunca podrán desempeñar los robots ni los teléfonos móviles: el de joyero, por ejemplo». Bueno.