Qué angustia, tener hijos! Hasta que no los tienes no adquieres una consciencia real de los innumerables peligros que acechan a tu criatura. Es verdad que esta forma tan posmoderna que tiene ahora la familia, reducida en muchos casos a la mínima expresión, aumenta significativamente la ansiedad de quienes velamos por el bienestar de un menor, pero no nos engañemos, desde siempre hemos descubierto la incertidumbre del mundo al ser padres, desde siempre nos hemos dado cuenta de la fragilidad de la vida en sus primeras etapas y por eso hemos desarrollado medidas de protección a los niños, por eso hemos ido consensuando, cada vez más, que esta es una prioridad indiscutible de cualquier sociedad civilizada. En otros tiempos no se tomaban todas la medidas necesarias para prevenir situaciones que ahora sabemos marcan de por vida. Es verdad que, hoy y aquí, siguen rompiéndose las infancias por maltratos, carencias y abusos. Pero queremos creer, y de hecho creemos, que se ha avanzado mucho en el terreno de la protección a la infancia y que los depredadores que pueden agredir a nuestros hijos estarán en todo momento controlados, que los comportamientos sospechosos serán debidamente perseguidos.

Esta creencia la tenemos porque confiamos en las instituciones escolares, donde los niños pasan un tiempo importante de sus vidas en crecimiento. Esta confianza hace que deleguemos en las escuelas la tutela y protección de nuestros hijos. Claro que el riesgo cero no existe, pero estamos tranquilos porque pensamos que si en un centro existe el más mínimo indicio de riesgo para los alumnos, tomará rápido las medidas pertinentes, aunque sean cautelares. Hasta que un día escuchas en la radio que en un colegio cerca de tu casa se ha detenido a un profesor por presuntos delitos de pederastia y pedofilia. Fue denunciado en el 2015 y hasta diciembre no fue detenido, aunque se le estaba investigando. Es verdad que los supuestos abusos se produjeron en un esplai, pero si la dirección tenía conocimiento de las sospechas, no hubiera estado de más apartar al profesor de sus funciones, como mínimo de las que requieren contacto directo con los alumnos. En vez de esto el director cuenta que prevaleció la presunción de inocencia. Una postura que se parece demasiado a la que ya conocemos en otros casos, la de no darle la importancia que tienen unos hechos tan graves, la de dudar primero de la víctima y luego del agresor. Sin ser conscientes, a lo mejor, de que esto tiene consecuencias gravísimas: minar la confianza de las familias en las instituciones para las que esperamos que sea una prioridad la protección de sus alumnos.

* Escritora