Patricia Márquez Moreno es una venezolana culta y desesperada. Vivía en San Cristóbal, ciudad del Estado de Tachira y nació en 1986. Es licenciada en ingeniería industrial. Trabajó desde los doce años. En la recepción del Centro Financiero Latino en Caracas era conocida por preparada y --por qué no decirlo-- por guapa. Patricia además sabe hablar español, italiano e inglés. Un sinvergüenza le hizo una barriga y desapareció, pero ella no se achicó y solita montó una empresa de ataúdes y un supermercado para dar calidad de vida a su hija. Pero al final, la situación ha podido con ella y ha huido de Venezuela. Habla con tanta pena de su tierra... El problema de este país no es la izquierda o la derecha sino la popularización e institucionalización de la corrupción. La gente no debería hablar de lo que no sabe y todo aquel que apoye la supuesta revolución bolivariana es porque, o es un superprivilegiado que chupa de la teta podrida de la corrupción, o no ha estado allí y no sabe lo que habla porque se cree los cuentos románticos de un supuesto justicialismo social que en realidad es una estafa para el pueblo (que no para los poderosos capitalistas). Los grupos paramilitares campan a sus anchas asesinando por doquier. Y el gobierno los apoya por omisión o por implicación directa porque los militares de altos mandos les facilitan el armamento a cambio de una comisión. Estos paramilitares temibles, todas las semanas acuden a los establecimientos de los currantes a cobrar el impuesto de supervivencia; o sea, no solo para que la gente pueda seguir trabajando sino para que pueda seguir viviendo. Es la llamada vacuna, también llamada matraca. Una extorsión legalizada por la pasividad policial y judicial. Pero a pesar del miedo a ser asesinada si se negaba, Patricia se cansó de trabajar para mantener a la delincuencia y por ello tirotearon el supermercado La Torre. Días después mataron a una señora que esperaba esas tristes colas para adquirir productos de primera necesidad. La siguiente semana mataron a un muchacho que vigilaba el negocio y a la señora que lo limpiaba. Aquello fue demasiado y Patricia huyó a nuestro país. Lo más triste es que ella asegura que derrocar ese régimen no serviría de nada porque el sistema está demasiado podrido y el que llegue hará lo mismo y que solo una dictadura del corte de Pinochet podría ordenar la sociedad. Me pregunto hasta qué punto de desesperación puede estar una joven demócrata para suplicar una dictadura. En fin, Patricia tiene currículo, presencia y educación. Aunque, como diría Trump, Patricia viene de una sociedad podrida, ella es una joya laboral para cualquier país que la acoja. Pruébenla al menos...

* Abogado