Escribo la columna al final de un día en el que llevo demasiadas horas despierto. He pasado por varias comisarías y por el juzgado. El cansancio es un veneno. Sigues cansado después de descansar, y eso hace que te envenenes antes la próxima vez y te intoxiques de él plenamente: un cerebro cansado es más peligroso a veces que uno borracho o alterado con otras drogas. Se lo he dicho a un policía hoy, en general: estamos todos muy sobrecargados. El sistema funciona por la pura generosidad de los implicados de inyectarse más veneno del que les corresponde.

Pienso en los excesos de fuerza policial que trufaron el primer confinamiento. Pienso en el policía inglés que cargó con un caballo contra una manifestación, en los que están rajando ruedas en Norteamérica para culpar a los manifestantes, en el que ha rociado con spray de pimienta la cara de una niña. Obviamente, pienso en el despojo criminal que ha matado, la rodilla en el cuello hasta ahogarlo, a George Floyd. La violencia también es un veneno, una sustancia radioactiva. Cada vez que se usa se paga un precio, se alimenta un tumor del carácter. El derecho penal, y la policía, son de hecho una forma de contener que esos tumores se multipliquen. Idealmente, son el modo menos venenoso de manipular el uso indispensable de la violencia.

Pero nada como ser testigo de algo para que las opiniones se vuelvan muy dubitativas. Los policías que yo veo son también los que sacan para adelante el trabajo en unas instalaciones indignas, los que tranquilizan al detenido e intentan que coma algo, porque saben que tardará en salir; los que distinguen perfectamente entre lo que creen y su deber. En pueblos y barrios, son muchas veces máquinas de justicia eficaces. Soy hijo de maestra y estoy educado en la creencia de que el colegio es un mundo a escala. Una maestra se enfrenta a pacificar ese mundo con una prohibición expresa y creciente de violencia, y lo consigue. Los buenos policías son los que se parecen mucho a los buenos maestros, porque su ethos tiene la raíz en la compasión y la inteligencia; e igual que se ha liquidado un tipo de maestro va siendo hora de revisar cierto tipo de policía. En España, a salvo las excepciones vergonzosas y algún cadete todavía sin cocer, que ya aprenderá; el policía maestro abunda. Yo he cerrado el despacho hoy, sinceramente, con la sensación de que trabajar a su lado ha sido un honor. Si yo fuera policía, eso sí, me guardaría mucho de la retórica del heroísmo. Cuando el poder le llama a uno héroe (y el héroe por definición es lo contrario del buen policía, porque el héroe no atiende al deber, no trabaja, es violento, no contribuye al bien común sino a su deseo de dominar, actúa para convertirse en un aristócrata, y lo más parecido a un héroe hoy es un futbolista, no un policía, que es algo importante; llamar a los policías héroes es una invención fascista), lo que el poder le está diciendo (se lo ha dicho a la policía, se lo ha dicho a los sanitarios) es que es sacrificable.

*Abogado