Muchos padres y estudiantes se las ven estos días con caseros, inmobiliarias y recaudadores de propietarios anónimos buscando refugio para dormir y comer durante el curso, porque estudiar en la mayoría de esos pisos llamados de estudiantes es imposible. La mala calidad de la construcción, los ruidos y el acomodo de estos espacios suelen ser incompatibles con el ambiente que un estudiante necesita para la concentración. Por contra, esos pisos son una inversión segura, a pesar de lo que se dice y de la mala fama de los estudiantes como inquilinos, pues es un dinero cobrado por adelantado, rara vez declarado y con la garantía de que en acabando el curso el bicho está fuera. Les hablo de esta realidad, por la que un servidor pasó ha muchos años, porque ahora conozco de cerca otras realidades y precariedades de los estudiantes en busca de vivienda, y puedo afirmar que en mi época la residencia juvenil no estaba tan cruda ni había tanta especulación sobre las magras economías de los estudiantes. Aunque ahora se habla mucho de los apartamentos turísticos que han encarecido los precios desmesuradamente en las ciudades, y eso es así y mucho más difícil se va a poner si el turismo sigue subiendo, nada se dice del calvario que supone para los jóvenes buscar alojamiento para residir durante la carrera. Con la tiesuna que nos trajo la crisis, mucha gente con dinero en mano se hizo con pisos baratos --la mayoría de protección oficial, levantados con dinero de todos-- entre los que también en el lote iban los desahuciados y los vendidos in extremis, que antes se llevó el diablo para que no se los llevara el banco. De otra manera no se entiende la bolsa inmensa de pisos para estudiantes que hoy gestionan los agentes inmobiliarios, de tal forma que los niños al propietario no lo ven, ni saben quién es ni dónde vive, porque toda la negociación la hacen con el implacable leguleyo que acojona a los chavales con cuatro tecnicismos. Pagan dos meses por delante y luego nada de lo prometido se cumple. En el piso de un sobrino mío comenzó el curso sin puerta de la cocina al comedor y así terminó, por más que le pidieran, al menos, un cortinilla. Por supuesto ni calefacción, ni aire acondicionado, ni friegaplatos tenían en una ciudad que pasa de los 40 en llegando los meses de más estudio. Y no vean un lujo en lo del friegaplatos pues, al menos por mi experiencia, todos lo conflictos que tuvimos en mi época de estudiante venían por remolonear a la hora de fregar la descascarillada vajilla. Pues esto sigue siendo igual: no hay más de dos platos iguales ni media docena de cubiertos parejos. Que la verdad, al precio que está hoy una vajilla low cost, hay que ser cutres para presentar una cocina así y cobrar no menos de 250 pavos por chavea.

* Periodista