Antonia buscaba trabajo y no encontraba. Hacía meses que la habían despedido de interna de una anciana porque el hijo solterón la cambió por una chavala guapa. No la querían ni en el campo porque estaba obesa. Ya no sabía qué hacer para poder dar el desayuno a sus tres niñas. Uno le propuso poner un interior de María en su casa. Ella accedió por necesidad y porque lo verde no es tan malo como lo blanco. Cuando la cortaron se la dio al colega para venderla a unos holandeses. Antonia no fue porque según su socio era muy morena y los extranjeros eran muy desconfiados. Y así, si te he visto no me acuerdo. Desesperada se puso a vender bolis y la niña más grande se quedaba al cuidado de las pequeñas; y ninguna iba al colegio; tanto, que Educación le abrió un expediente de desamparo. O sea, sin curro, sin pasta, sin novio y ahora la querían privar de sus niñas en vez de ayudarla a conciliar su vida. Pero es que además como en su día fue desahuciada, no tuvo más remedio que vivir en un piso de patada, es decir, de esos vacíos que los bancos parecen que tienen de adorno y por supuesto enganchar la luz de aquella manera para criar a sus niños y a la marihuana. También el agua la puso por lo bajini con la ayuda de un fontanero más feo que un día sin pan con el que tuvo luego como pago que agacharse pesar de aquello le olía a los meaderos de la Estación. Como colofón alguien dio parte de que tenía la luz ilegal por lo que la citaron como investigada por delito de usurpación de vivienda y defraudación del fluido eléctrico (y menos mal que ya se había quitado la fragancia a marihuana cuando la policía le entregó la citación). Aquel día de invierno no tenía ganas de nada y ni siquiera pudo probar los macarrones de Cáritas. Se sentó en su brasero encontrado en la basura, con su bata calentita hurtada en el Primark y puso la tele. El telediario le sorprendió y dio esperanza: las noticias decían que los dueños de las compañías de telefonía espiaban sin permiso a la gente a través de los móviles Android y sabían todo de todo el mundo. O sea, gente de mucha pasta conocía sus dificultades segundo a segundo. Quizá, tras la línea hubiera alguien bueno y con dinero. Rápidamente se puso el móvil en la boca y les envío una especie de S O S diciendo que no le importaba que la espiaran pero que por favor le dieran una oportunidad de trabajar en una tienda de móviles. No obtuvo contestación. Esperó un poco y volvió a relanzar el mensaje. Nada. Así que lo hizo por tercera vez. Tampoco. Entonces, muy cabreada se colocó el móvil en el culo y les dedicó un enorme pedo que empañó toda la pantalla pero que a ella le supo a gloria.

* Abogado