La pederastia en el seno de la Iglesia católica ha empezado a ser cuantificada en los últimos años tras largas décadas de ominoso silencio. La comisión de investigación creada en Australia difundió ayer datos estremecedores: entre 1950 y el 2010 más de un millar de religiosos cometieron actos de pederastia, y ninguno fue perseguido. Y casi 4.500 personas han denunciado haber sido víctimas de abusos entre 1980 y el 2015. En un país de 23 millones de habitantes y solo una cuarta parte de ellos de confesión católica, esas cifras revelan el gran calado de esta gravísima perversión. Australia está afrontando el problema con determinación, y el Estado indemnizará a las víctimas. Por su parte, la Iglesia colabora en las investigaciones y siete arzobispos declararán ante la comisión. El mea culpa, la humildad, la petición de perdón y el resarcimiento económico y moral a las víctimas es lo que le corresponde hacer al catolicismo australiano. La inflexibilidad con la pederastia es uno de los ejes del papado de Francisco, que sabe que la credibilidad de la Iglesia pasa por exhumar y purgar lo que no son solo pecados, sino delitos.