Cuando alguien sale a defender algo de usted sin habérselo pedido… malo. Desconfíe. Lo más posible es que quiera quedarse con ello. Digo esto porque lo que pasa en este país es increíble. De hecho en otras naciones no comprenden lo que nos ocurre, por ejemplo, con nuestra bandera y el sentido del patriotismo. Por ahí el simple hecho de nacer en la patria hace que nadie cuestione la nacionalidad del individuo. En España, no. En España estamos acostumbrados a un debate que no se da en ningún otro sitio y lo de la ‘españolidad’ de cada cual es siempre discutible. En España uno es más o menos español como si fuera una cualidad física. Como ser más alto, rubio o narigudo, pero sin ese criterio objetivo y según le venga a entender y sentenciar a algún iluminado.

El caso es que aún ando boquiabierto y ‘ojiplático’ tras los shows del Día de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre, tanto en el ámbito estatal como en Córdoba. Por ejemplo, con la encendida defensa de lo taurino que tuvo el festival en el Coso de Los Califas por un sector ideológico, a pesar de que en España siempre ha habido tradición, toreros y aficionados entre conservadores y liberales; reyes, aristócratas y pueblo; nacionales y republicanos, de derechas y de izquierdas... Pero como ese patrimonio se politice y quede ahora solo para ser defendido por un sector ideológico… los que propugnan abolir los toros no se van a tener ni que menear para que en Europa solo queden espectáculos taurinos en Francia.

Me recordó a lo que pasó en el Congreso con el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias (que no es santo de mi devoción, aunque para tener alguna vez más razón que un santo no haga falta subir a los altares) cuando debatiendo sobre la Monarquía con el líder de la oposición, Pablo Casado, le dijo sobre su férrea defensa de la institución que: «No nos haga el trabajo a los republicanos».

Y así, entre una derecha acaparadora de símbolos nacionales y una izquierda que no reclama el sitio que debe tener todo español por el simple hecho de serlo, nos cargamos en breve la bandera (salvo en mundiales de fútbol triunfales, que tampoco son muchos), el himno, la monarquía (y si fuera república, también nos la cepillamos), la Constitución, el Estado de las autonomía, el Estado del bienestar, los toros, el callejero, el Ejército, la televisión pública, el Poder Judicial, la salud pública, lo tradicional, lo nuevo… Y cualquier otro tema en el que usted piense y tenga a bien amar y que, sin embargo, sufra la mala suerte de que un partido (el que sea) la haga propia. ¡Por Dios! ¡Que no me defiendan nada, que con valedores así no hace falta enemigos!

De hecho, y pensando en Córdoba, no concibo mayor catástrofe que a un partido político le dé por presentarse como único garante de un patrimonio de tal calibre como Los Patios u otras tradiciones, los ciclos culturales innovadores, el orgullo por nuestro Casco Histórico, el patrimonio natural… ¿Qué no? ¿No nos ha pasado algo así ya con nuestra Mezquita y/o Catedral?

Ya digo: entre unos, que quieren muchísimo algunas cosas para restregárselas a los demás, y los otros, que magnifican su rechazo porque se creen que los de en frente las poseen… nos vamos todos al cuerno. Al final, «entre todos la mataron y ella sola se murió». Y así no habrá lugar para los que auténticamente, sin necesidad de hacer teatro, quieren sentirse orgullosos de su patria, sus valores, sus símbolos, su ciudad, sus ciudadanos…