Sí, otra pantomima, otra pose, otra basura; es decir, otra desesperanza y otra desesperación para nuestra madre Tierra. Y palabras, palabras, palabras; o sea, maltrato, maltrato, maltrato: digo una cosa y hago la contraria, ¡y me quedo tan fresco! ¿La conciencia? ¡Otra palabra para corromper! ¡Y venga orgías de palabras y más palabras para anestesiar el dolor de la realidad! Esta realidad triste, vacua, cruel, de tanto sufrimiento oculto. ¡Qué os importa cada muerte! De todo podéis sacar beneficio, hasta de descontaminar la contaminación, hasta de investigar por qué muere la vida. Y para el 2050 nos veremos con los bosques renovados, limpios los mares, purificada la naturaleza, sin plásticos, sin industrias perniciosas, sin emisiones de CO2 y sin montañas de basura. Y venga discursos, reuniones, declaraciones, fotos, ¡muchas fotos!, películas, sonrisas, ¡más sonrisas!, para tapar la risa del cinismo: con las palabras digo que quiero un planeta libre de contaminación y con los hechos, que me importas nada, que no vales nada, que no eres nada, porque en el 2050, yo, político, ecologista, periodista, consejero de multinacional, tertuliano, intelectual, escritor no apareceré para que me pidas cuentas. ¡Qué me va lo que suceda si ya no estaremos! ¡Qué me supone del invierno nuclear, alimentario, climático! ¡Qué me llega de la gente, esas hormigas que desde mi cumbre veo afanarse cada día para votarme, para pagarme la fiesta de esta palabrería indecente que me gasto! La boba de Caperucita --¡roja tenía que ser!-, dialogando con el lobo abuelita, su maltratador; preguntándole abuelita, ¿por qué tienes esa nariz tan grande?, y el lobo abuelita, envolviendo a la estúpida niña, que de sobra sabe que eso no puede ser su abuela, con su palabrería para que parezca que es por amor a su ilusa nieta; y abuelita, ¿por qué tienes esa boca tan grande?, y el lobo abuelita, claro, para comerte mejor. Porque aquí abajo somos tan necios, nos tienen tan adocenados en nuestro ir y venir por el mismo sendero cada día, que nos creemos las palabras y no queremos ver la realidad. Y contemplamos al lobo abuelita saltar de cumbre en cumbre, riendo, disfrutando, sin problemas de qué comer, cómo calentarse, cómo llegar al fin de cada día; cómo morir en el hormiguero oscuro.

* Escritor