Occidente está recibiendo, a excepción quizás de un par de acontecimientos más, el mayor batacazo de su Historia. No hemos realizado ningún simulacro previo para lo que se nos ha venido encima de golpe y porrazo. Si acaso, sólo la literatura, el cine, nos habían situado frente a catástrofes y distopías que ya la programación de la Sexta y otras cadenas se encargan de recordarnos. Ahora, en estos primeros días, vivimos todo esto de la siguiente forma: la desolación está afuera y la diversión está dentro. A pesar de las dramáticas circunstancias, tratamos de sacar nuestro buen humor andaluz al servicio de la ciudadanía a través de nuestras terrazas, azoteas, ventanas, patios de vecinos y sobre todo a través de esa ventana sin fin que es la Realidad Virtual. Nadie actúa, estoy convencido, con mala intención. Es absurdo pensarlo. Además, según la psicología, es una salida frente al miedo y la incertidumbre que, junto a la familia, se nos ha instalado también en casa. Que tire la primera piedra el o la que no haya tenido o tenga cierto miedo o inseguridad. Pero tenemos que prepararnos, ahora que podemos, para la que se nos viene en unos días y, más aún, para lo que nos aguarda en un futuro próximo. Nuestra Realidad se va a transformar de una manera radical, nuestra forma de existir, de vivir, de actuar, nuestra forma de ser ya no va a ser igual que la que teníamos antes de que apareciera este coronavirus de los...

Cuando salgamos de esta, que saldremos, deberíamos hacer todos, y repito, todos sin excepción, políticos y ciudadanos en general, una seria reflexión sobre cómo ha sido nuestra forma de ser y de vivir durante los últimos cincuenta o sesenta años, justo la forma de reconstruirnos que comenzó con posterioridad a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Nuestras sociedades se han reconstruido sobre unos escombros que no se limpiaron debidamente. Todo se ha reconstruido con el elemento más volátil y lábil de todos cuantos existen encima de este planeta: el dinero. ¿De qué sirve ahora el dinero, que no sea para que algunos de los gurús de tres al cuarto nos recuerden lo que ya sabíamos todos desde hace mucho tiempo, que hay que dedicar más dinero a la investigación y menos a pagar a los futbolistas? Lo he repetido hasta la saciedad en muchos de mis artículos. En Occidente no estamos haciendo bien las tareas. Ahora escucho con una sonoridad más nítida que jamás antes había escuchado el grito de desesperación del filósofo checo Milan Machovec, cuando en 1967 preguntó al teólogo católico alemán Johann Baptist Metz si los cristianos aún podían rezar después de Auschwitz. Metz respondió: «Podemos rezar después de Auschwitz porque hay gente que ha rezado en Auschwitz».

Se nos viene encima una nueva Realidad muy diferente de la que hasta ahora habíamos conocido. Y no precisamente porque hayamos nosotros mismos, occidentales, contribuido mucho a ello. No hemos decidido nosotros cambiarla de manera radical. El coronavirus nos está demostrando que no somos en absoluto tan libres como pensábamos o que aquellos elementos que pensábamos nos otorgaban esa libertad no son ni mucho menos garantes de liberación alguna. ¿Qué vamos a hacer en Occidente después del coronavirus? ¿Cómo vamos a ser, cómo vamos a existir? ¿Cómo vamos a actuar con los demás? ¿Seguiremos pisoteando a los cientos de millones de hermanos que llevan años y años ninguneados por los que, hasta ahora, nos considerábamos los dioses del planeta o por fin tomaremos conciencia plena, de una vez por todas, de que debemos cimentar nuestra forma de existir sobre unos cuantos valores radicalmente distintos de aquellos que tan débilmente nos cimientan?

* Profesor de Filosofía @AntonioJMialdea