La crisis del cine español parece endémica y, de una manera u otra, se reproduce con mayor o menor intensidad en función de distintos parámetros. La coyuntura más reciente es la que vivió a raíz de la crisis económica y de la subida del IVA cultural (del 7% al 21%) que impuso el Gobierno del PP en el 2012 y que no se revirtió (en este caso, al 10%) hasta la aprobación de los Presupuestos del 2018. Fue ciertamente una losa que se unió a otros problemas generales, como el notable descenso global de espectadores en las salas de exhibición y la poca inversión estatal en comparación con otros países. Mientras en España se rondan los 70 millones de euros, en Francia, por ejemplo, la cifra se multiplica por diez, con la particularidad que la fiscalidad es una herramienta básica de la subvención. Allí, no solo se redujo el IVA al 5% en plena crisis, sino que el 10% de la taquilla se dedica a las ayudas al cine de producción nacional.

Otro de los problemas que destaca es la dificultad con la que se encuentran las llamadas películas de autor, o independientes, en un panorama dominado por los grandes grupos mediáticos. El gran cineasta Antonio Saura dijo que «en España no hay productores», aludiendo con ello al hecho de que pocos se atrevían a competir con las plataformas televisivas, más dadas a productos destinados al gran público que no a montajes de factura más radical y minoritaria, o simplemente de contenidos menos a la moda. Y ahora se da un caso curioso. Las propuestas del cine español son desorbitadas. La época del año tradicionalmente con más estrenos ha llegado con una sobresaturación de la oferta. En los dos últimos meses se han estrenado en España más de 100 películas, 35 de las cuales son españolas. Este fenómeno dificulta enormemente la permanencia de los filmes en las pantallas, puesto que siempre hay un producto nuevo llamando a la puerta, en un mercado en el que, como afirma Enrique Costa, de la distribuidora Avalon, «el cine español sigue viéndose como un género en sí mismo». Es decir, para el espectador, la elección un día cualquiera en que acude a ver una película es entre ver una española o nortemericana, sin que, hablando en términos genéricos, se seleccionen calidades o temáticas como principal argumento decisorio.

Compiten entre sí no por su calidad o por su presupuesto, sino por el hecho de ser de producción nacional, una anomalía que preside el panorama de la exhibición. Las pésimas taquillas en general y, en particular, el fiasco de algunas películas elogiadas por la crítica, nos enseñan que el afán de ofrecer más cantidad a menudo está reñido con la rentabilidad, con la soga al cuello que significa triunfar en la primera semana o morir en el intento.