Estos niños y niñas de mediana edad, que transforman sin pudor su verdad en su mentira y su mentira en su verdad, que contaminan con su coche, ropa, móvil, pero aman al planeta, que se casan pero viven separados, que discursean pero no se comprometen, que hablan serios mientras se ríen de lo que piensan, que viven casados pero presumen de ser independientes, que tienen hijos pero no quieren ser padres, que son revolucionarios pero van a lo seguro, que mienten a su pareja y mienten a su amante, que todo lo banalizan hasta dejarlo muerto; estos niños y niñas vacíos, estúpidos, cansados, que juegan a amar y ser amantes, a luchar y estar dispuestos, a que nunca enfermarán, temerán, fracasarán o morirán; que llegan siempre pisoteando, arrasando, destruyendo; que presumen de ser lo que no son, de tener lo que no tienen, de entender lo que no entienden; que leen lo que no leen, viajan a donde no viajan, están donde no están; que beben pero no son borrachos, se drogan pero no son drogadictos, y se encuentran a sí mismos en todos los espejos del baño, del gimnasio, del salón; que poseen todo lo que oyen, que saben de todo lo que escuchan; que presumen de engañar, abusar y humillar; que en su necedad se sienten poderosos; que toman siempre el centro; que solo se mueven para su turbio narcicismo; que aman la paz para tumbarse en su indolencia; egoístas, vacuos, marrulleros cuando saben que nadie los descubre, pero sesudos y chistosos en todas las reuniones; fuertes con los débiles y rastreros con los fuertes; iconoclastas, adoran al que tiene más conquistas, más lujo, más poder. Estas mentes huecas, monótonas, iguales, con una sola idea: vivir sin molestarse; dormidas en su inercia; tumbadas en el sopor de la rutina, en la mentira de trabajar lo menos posible y cobrar mucho, aparentar que siempre serán jóvenes sin canas, sin arrugas, sin barriga; estas mentes que atoran cualquier iniciativa de crítica o pasión por algo que no sea lucir y trasnochar; que hacen su política para justificar su vivir del cuento y de los otros; estos maniquíes de carne, de abulia y de discordia; estos niños y niñas me recuerdan cada día las palabras terribles con que el Apocalipsis clama más o menos así: «Porque no eres ni frío ni caliente, tengo ganas de vomitarte».

* Escritor