En mis paseos por el alma de Córdoba, me encuentro una pintada que dice que los libros para los fascistas y la voz para la izquierda. No puedo evitar una lágrima en el alma, porque en los ojos ya no me queda llanto: se me han convertido en nichos y cipreses. Es que ni quiero tener ojos para no sufrir más otra mirada. ¿Para qué escribir si ni me queda aliento? ¡Este cansancio de tanta nada sobre nada! ¡Este asco de respirar solo fracaso! ¿Por qué soñé? Ni el sarcasmo me sirve para soportar tanta desolación: se me vuelve vitriolo de amargura. Respiro transformándome en espinas. Busco la noche para ocultarme de mí mismo, y ruego para que no vuelva a amanecer. Pero amanece otro día, otro frío, otro ahogo, otra penumbra. Desear es la peor tragedia. Grito para que no vuelva nunca ninguna tarde de domingo, pero llega otro domingo y me busca el corazón y lo destroza. Y así sigue y sigue este páramo de muerte, herrumbre, mármol, témpanos, hastío. ¡Tantas ilusiones, y fracasar así, sin dejar nada, como si nunca hubiese habido nada! ¿Por qué tengo manos si me las entierran en infamia? ¿Para qué quiero mi tiempo si solo encuentro muerte? ¿Por qué no me abandono ya y digo adiós? Eternidad, recógeme en tus brazos, descánsame de mí mismo; llévame más allá, donde no alcanzan las nubes ni las brumas, solo tus estrellas; repósame en lo que fui antes de ahogarme en esta realidad. ¿Qué estúpida inercia me sigue sosteniendo si ya sé que no existo? Unas palabras me han hecho envejecer definitivamente. Solo reconozco mi bastón, mi sombra y el llanto de una fuente, triste como mis ojos, vidriados de melancolía. ¿Autonomía? ¿Para qué? ¿Para nosotros mismos ponernos las cadenas y pudrirnos el cerebro? ¡Este ridículo de seguir en este mundo! ¿Dónde quedó el corazón de las palabras? ¿Dónde tantos poemas de amor, tantos textos escritos entre pétalos? ¿Esperar qué? Las semillas se pudrieron; jamás germinarán. Llega la primavera vana; no habrá rosas, sólo vacíos y miseria. Ladra un perro en otra madrugada. ¿Para qué recordar? ¿Para qué soñar? Todo es el dolor y fue dolor. Ya he llegado a mi último horizonte. La soledad me saluda. Ella siempre ha sido fiel. La muerte ya me reconoce en su cosecha. Ya no quiero más esperanza, porque llueve sobre un muro y no encuentro el olvido.

* Escritor