A punto de comenzar una campaña electoral, aún nos hallamos bajo los efectos de los resultados del 28-A. Se nos ofrecen datos sobre los mismos, y entre ellos me he fijado en el que he leído acerca de que en el nuevo Congreso de los Diputados el 47,4% serán mujeres, con lo cual España se pone a la cabeza de los parlamentos europeos en presencia femenina, por delante de países como Suecia (por una décima), Finlandia, Noruega, Francia, Bélgica o Dinamarca. Ocuparán escaño 166 diputadas, una cifra alejada de las 21 de 1977, después de las primeras elecciones tras la dictadura franquista. Y más lejos aún quedan aquellas mujeres que por primera se sentaban en el hemiciclo de la carrera de San Jerónimo durante la Segunda República, pues fueron tres en la legislatura constituyente, y cinco tanto en la de 1933-36 como en la de 1936-39. A esos datos le podríamos añadir que cuando se celebraron elecciones de compromisarios, que debían ser igual número que el de diputados, para elegir al presidente de la República que debía sustituir al destituido Alcalá-Zamora en 1936, solo una mujer participó en la votación que llevó a Azaña a la jefatura del Estado. Fue la socialista granadina Matilde Cantos Fernández, una mujer de trayectoria feminista, y vinculada a Negrín, lo cual le valdría su expulsión del PSOE junto a él en 1946, así como la rehabilitación y readmisión a título póstumo en 2008.

Aún nos queda por saber, en relación con las elecciones del domingo, cuál ha sido el comportamiento electoral de las mujeres, aunque ya se han dado algunos datos, como que las jóvenes no se han decantado por opciones conservadoras o que cuando las mujeres han optado por las opciones de derecha, nos encontramos con que la mayoría son mayores, por encima de los sesenta años. Lo que sí parece evidente es que la presencia del feminismo, como fuerza progresista, ha jugado un papel clave en las elecciones, con lo que nos diferenciamos en relación con el primer momento de participación de las mujeres, pues en 1933 se dijo que había ganado la derecha gracias al voto de las mujeres, y así lo expresó, por ejemplo, Martínez Barrio. Pero en sus estudios pioneros sobre esta cuestión, Rosa Mª Capel apuntaba que una parte de las mujeres se había decantado de manera mayoritaria por la abstención, y que hubo muchos votos a la derecha, pero de igual modo que luego se decantarían hacia la izquierda en 1936, con un comportamiento electoral similar al mantenido por los varones.

Esto era algo que Clara Campoamor ya había explicitado cuando comentaba lo ocurrido en los tres procesos electorales de la República, en el primero de los cuales resultó elegida, cuando aún las mujeres no pudieron votar. En su libro publicado en 1936, Mi pecado mortal. El sufragio femenino y yo, dejó su análisis acerca de la participación de las mujeres en las elecciones y de su capacidad de decisión: «Demostrado hoy, después de las elecciones de febrero de 1936, que han dado el triunfo a las izquierdas unidas en el Frente Popular, que la mujer no votó ni por las derechas el 33 ni por las izquierdas hoy, sino por reacciones políticas nacionales, lo mismo que el varón, y, sobre todo, por la amnistía de los perseguidos, como votó el hombre en 1931 y se votará siempre en España, fácil es la afirmación retrospectiva de que, de haber podido elegir también la mujer las Constituyentes, latente y vibrante el entusiasmo republicano del 31, con unos caracteres, intensidad y pujanza que hoy parecen perdidos para siempre, el Parlamento elegido habría sido exactamente el mismo; nos hubiéramos evitado discusiones ociosas y querellas bizantinas, ataques injustos y acusaciones desorbitadas que sobre la mujer se han volcado durante cinco años». Sin embargo, hoy muchas mujeres han ido a las urnas con pensamiento feminista.

* Historiador